Detalle del cartel de Sergei Igumnov (1937)

Traducción de Luis Noriega. Crítica. Barcelona, 2017. 272 pp. 21'90€. Ebook: 12'34€ 1917. La revolución rusaRex A. Wade. Traducción de Alejandro Pradera. La Esfera de los Libros. Madrid, 2017. 536

La ilustración de la cubierta no está elegida al azar. Es un poster del cartelista soviético Sergei Igumnov de 1937, año representativo del Gran Miedo, de la mayor purga estalinista. La robusta, decidida y proletaria mano roja sujeta, aprieta y reduce a la serpiente nazi de ojos de esvástica, la gran amenaza. El terror es una respuesta a la incontrolable sensación de inseguridad, al indescifrable pavor.



James Harris reconstruye el miedo soviético desde 1917. En 1956 Jrushov reconoció los crímenes de Stalin. Según Harris, su confesión no fue un gesto de apertura sino de blindaje del régimen. La élite del partido se ahorró, al cargar el mochuelo sobre el tirano, rendir cuentas de las matanzas ante los tribunales.



El enfoque de la obra no es sólo histórico y politológico, incluye una dimensión psicosocial: Harris disecciona el terror en virtud de la confrontación de dos tesis anteriores. Robert Conquest da luz a la teoría más golosa y fascinante. El miedo es la culminación de una lucha por el control total del partido. Sin embargo, no alcanza a esclarecer la violencia indiscriminada. Es sistemática, pero arbitraria. Harris ha desempolvado archivos abiertos durante los últimos 20 años y algo no le cuadra: no sólo se segó la vida de opositores.



La violencia vertebra el Estado soviético. Se manifiesta en la brutalidad generalizada durante la despiadada Guerra Civil. La ideología bolchevique se nutre y justifica el pavor. Pero Harris intuye que debe haber algo más. Por eso recurre a la segunda tesis, expuesta por J. Arch Getty: la violencia obedece a la desorganización del Estado. Es un rasgo y un recurso del sistema. Los burócratas la aplican como mecanismo de defensa. Nos hallamos ante un Estado paranoico en permanente posición defensiva. La gran aportación de Harris es someter a refutación y en su caso conciliar ambas tesis, construir una historia general del terror y resolver la paradoja del Estado débil y el Estado fuerte. Y, sobre todo, superar el reduccionismo de atribuir al mal absoluto, personificado en la figura de Stalin, todo el pánico generado durante su tiranía. Por eso se retro- trae a 1917 y a la creación de la Cheka, ideada para combatir las crecientes resistencias que encontraron los bolcheviques en su conquista del poder. En paralelo, Harris elabora los anales del terror, lo cual acaba por convertir la obra en una sobrecogedora investigación porque sistematiza los procesos de depuración de los años 30 y completa el lienzo que recrea 20 años de miedo.



Por otra parte, La Esfera aporta otra extraordinaria novedad en la panoplia de publicaciones recientes sobre 1917, La revolución rusa. El trabajo del prestigioso historiador Rex A. Wade (1936) es un elaborado ejercicio de orden cronológico y temático. Escribir con agilidad y precisión una crónica de un fenómeno tan complejo no está al alcance de cualquiera. Aun así, su virtud principal radica en plantear las cuestiones decisivas sobre las que pivota la Revolución. Hacerlo sin perder el hilo conductor y narrativo de los acontecimientos requiere una destreza considerable. Wade se detiene en los aspectos más significativos de 1917 y en el papel que desempeñan cada uno de los actores. Las piezas del puzle completan la trama.



La Revolución propiamente dicha comenzó en febrero. Los bolcheviques tomaron el poder en octubre. Algunos autores solventan la cuestión en torno al significado de "revolución" sosteniendo el plural -las revoluciones rusas-; otros distinguen entre las de febrero y octubre; liberal y bolchevique; burguesa y soviética. Para el marxismo, Octubre es una revolución social. El terror es defensivo y necesario. Wade no entra en la discusión terminológica pero de su relato se deduce su interpretación. Además, su método ayuda a sus conclusiones: en 1917 se produjeron una serie de revoluciones concurrentes y superpuestas. Febrero "liberó frustraciones y aspiraciones acumuladas"; Octubre fue el epílogo de la Revolución cuyo propósito era transformar un Estado descompuesto, finiquitar el zarismo y forjar un régimen parlamentario. La revolución se descontroló y dio paso a un periodo de radicalidad y terror.