Lenin. El líder bolchevique era un oportunista. Despreciaba a los campesinos; considera sus reivindicaciones "pequeño burguesas". No obstante le convino adherirse a ellas. Si bien, explica el profesor Faraldo (Talavera de la Reina, 1968), no existió la tan aireada "situación revolucionaria" en el campo. Desde febrero hasta octubre creció el apoyo social a los bolcheviques, aunque el asalto al poder fue obra de una minoría.
El Gobierno provisional cometió otros dos errores: pecó otra vez de lentitud al convocar las elecciones constituyentes y quiso negociar con los aliados la salida de la I Guerra Mundial. Francia e Inglaterra se opusieron. Kerenski no tuvo el arrojo de hacerlo por las bravas y saltarse los acuerdos firmados por Nicolás II, ya depuesto. Las "Tesis de abril" de Lenin incluían la consigna "Paz y pan". Prometió un abandono inmediato de la contienda. Respecto de las elecciones, Kerenski las retrasó del 17 de septiembre al 12 de noviembre. Eso permitió a Lenin mantener su estrategia de desgaste, provocar descontento, agitar a las masas, generar conflicto y conducir a la revolución de Febrero al fracaso.
La Revolución rusa: Historia y memoria, elegido por los críticos de El Cultural como uno de los ensayos del año, es mucho más que una síntesis clara, concisa, ordenada y didáctica del periodo. Constituye un gran hallazgo en la panoplia de títulos publicados al calor de la efeméride. Además incluye elementos novedosos: el autor ha accedido a fuentes primarias inéditas en España. Ha buceado en hemerotecas y construye el relato de ese año trepidante con experiencias, documentos y artículos de prensa que recrean con nitidez la confusa atmósfera de 1917.
Por otra parte, Faraldo se aleja de mitos y no sucumbe al eficaz aparato propagandístico bolchevique, que impuso durante mucho tiempo su visión de la Revolución, la cual ha eclipsado el alcance de la revolución de Febrero. Su intención tampoco es "desmontar Octubre" basándose en el terror practicado en la Rusia soviética tras la conquista del poder por los bolcheviques. No pretende trazar un contra-relato.
Su propósito es también más ambicioso que elaborar una crónica de los acontecimientos. Por eso es tan oportuno el título: Historia y memoria. Porque compone la Historia principalmente con archivos y autores locales; de tal modo que brinda una lectura de la Revolución según la historiografía rusa y soviética. Es un ejercicio de memoria, de recuperación, y no una mera reconstrucción. Todos los historiadores coinciden en la complejidad del fenómeno. Faraldo lo aborda con valentía. Sabe que falta una pieza; y no precisamente para completar el puzle. Su desafío consiste en trastocar y ampliar la panorámica: faltaba la memoria de Febrero. Concluye: "Febrero apenas tiene memoria". Toma la cita de Boris I. Kolonickij. El exilio borró la huella de la verdadera revolución, la que estaba destinada a sustituir la autocracia zarista por un sistema parlamentario, aun a pesar de los obstáculos y anacronismos que se hubiesen encontrado en el camino las fuerzas democráticas y liberales. Febrero "quedó finalmente reducido a curiosas imágenes de duques conduciendo taxis por París, grandes damas limpiando cocinas en Nueva York y antiguos mencheviques reproduciendo disputas olvidadas en viejos cafés de capitales perdidas".
Subraya Faraldo que Octubre asumió después el imaginario de Febrero. Resulta curioso que "el golpe que destruyó el potencial democrático de la revolución rusa asimiló sus formulaciones", retórica y semántica. Enumera los errores de los gobiernos provisionales, pero insistimos, recupera su memoria. El autor no esquiva las interpretaciones; emplea un nuevo prisma que nos permite entender también la relación de la Rusia de hoy con su pasado reciente.
"El régimen de Febrero había creado una oportunidad para que los campesinos alcanzaran sus antiguas aspiraciones, pero fue demasiado lento en convencerles de la posibilidad de cumplirlas". La decepción de las masas propició la aceleración del proceso y el golpe de Octubre perpetrado por
El Gobierno provisional cometió otros dos errores: pecó otra vez de lentitud al convocar las elecciones constituyentes y quiso negociar con los aliados la salida de la I Guerra Mundial. Francia e Inglaterra se opusieron. Kerenski no tuvo el arrojo de hacerlo por las bravas y saltarse los acuerdos firmados por Nicolás II, ya depuesto. Las "Tesis de abril" de Lenin incluían la consigna "Paz y pan". Prometió un abandono inmediato de la contienda. Respecto de las elecciones, Kerenski las retrasó del 17 de septiembre al 12 de noviembre. Eso permitió a Lenin mantener su estrategia de desgaste, provocar descontento, agitar a las masas, generar conflicto y conducir a la revolución de Febrero al fracaso.
La Revolución rusa: Historia y memoria, elegido por los críticos de El Cultural como uno de los ensayos del año, es mucho más que una síntesis clara, concisa, ordenada y didáctica del periodo. Constituye un gran hallazgo en la panoplia de títulos publicados al calor de la efeméride. Además incluye elementos novedosos: el autor ha accedido a fuentes primarias inéditas en España. Ha buceado en hemerotecas y construye el relato de ese año trepidante con experiencias, documentos y artículos de prensa que recrean con nitidez la confusa atmósfera de 1917.
Por otra parte, Faraldo se aleja de mitos y no sucumbe al eficaz aparato propagandístico bolchevique, que impuso durante mucho tiempo su visión de la Revolución, la cual ha eclipsado el alcance de la revolución de Febrero. Su intención tampoco es "desmontar Octubre" basándose en el terror practicado en la Rusia soviética tras la conquista del poder por los bolcheviques. No pretende trazar un contra-relato.
Su propósito es también más ambicioso que elaborar una crónica de los acontecimientos. Por eso es tan oportuno el título: Historia y memoria. Porque compone la Historia principalmente con archivos y autores locales; de tal modo que brinda una lectura de la Revolución según la historiografía rusa y soviética. Es un ejercicio de memoria, de recuperación, y no una mera reconstrucción. Todos los historiadores coinciden en la complejidad del fenómeno. Faraldo lo aborda con valentía. Sabe que falta una pieza; y no precisamente para completar el puzle. Su desafío consiste en trastocar y ampliar la panorámica: faltaba la memoria de Febrero. Concluye: "Febrero apenas tiene memoria". Toma la cita de Boris I. Kolonickij. El exilio borró la huella de la verdadera revolución, la que estaba destinada a sustituir la autocracia zarista por un sistema parlamentario, aun a pesar de los obstáculos y anacronismos que se hubiesen encontrado en el camino las fuerzas democráticas y liberales. Febrero "quedó finalmente reducido a curiosas imágenes de duques conduciendo taxis por París, grandes damas limpiando cocinas en Nueva York y antiguos mencheviques reproduciendo disputas olvidadas en viejos cafés de capitales perdidas".
Subraya Faraldo que Octubre asumió después el imaginario de Febrero. Resulta curioso que "el golpe que destruyó el potencial democrático de la revolución rusa asimiló sus formulaciones", retórica y semántica. Enumera los errores de los gobiernos provisionales, pero insistimos, recupera su memoria. El autor no esquiva las interpretaciones; emplea un nuevo prisma que nos permite entender también la relación de la Rusia de hoy con su pasado reciente.