Tom Wainwright
No son pocos los libros que analizan críticamente la lucha contra el narcotráfico, uno de los primeros negocios globales de la historia. Se trata de uno de los problemas que mejores ensayos, crónicas, novelas, cine y series produce, y pese a su diversidad son residuales los que defienden lo que Nixon bautizó como "guerra contra las drogas", enfoque que se mantiene en nuestros días contra toda evidencia.Novelas como El poder del perro, de Don Winslow, el libro Crónicas negras, de varios reporteros del diario salvadoreño El Faro, la serie Narcos, la película Traffic o ensayos como Ilícito, de Moisés Naím y Zero Zero Zero, de Roberto Saviano, entre otros muchos, han dado cuenta al gran público de los destrozos que la persistencia represiva causa en los países de producción y tránsito de la droga que se consume en Estados Unidos, Europa o Brasil. Especialmente interesante sobre poder corrosivo del narcotráfico en las instituciones y el tejido social de un país es el estremecedor Novato en nota roja (Libros del KO), del español Alberto Arce, durante unos años único corresponsal extranjero en Honduras.
"Los contribuyentes de todo el mundo gastan más de 100.000 millones de dólares al año para combatir el comercio ilegal de drogas", escribe en Narconomics Tom Wainwright (Londres, 1982), periodista de The Economist y antiguo corresponsal en México del semanario. Libro cuyas conclusiones se suman al diagnóstico: la política contra la oferta que parte de Suramérica (especialmente de Colombia y Perú) y pasa por América Central y México es, desde cualquier punto de vista, un fracaso: "Medio siglo después de que se declarara la guerra de Nixon, nunca ha habido un momento mejor para dirigir un cártel".
Los denunciantes sobre el terreno -periodistas, políticos locales, cooperantes internacionales- están básicamente de acuerdo en el diagnóstico con los expertos académicos e incluso con los ejecutores resignados de las órdenes políticas. "El resultado neto desde 1998 es que el consumo total de marihuana y de cocaína ha aumentado un 50% y el consumo de los opiáceos se ha triplicado. Esto no suena a éxito". ¿Por qué, entonces, se insiste en tales políticas?
Wainwright apunta dos razones. Por un lado, las decisiones políticas se sustentan en un enfoque moralista, que no moral, algo que se refuerza con la llegada de la Administración Trump. Hasta ahora, aunque las leyes de los estados que han legalizado la marihuana entraban en conflicto con las nacionales, el Gobierno y la Justicia federales las habían tolerado durante los años de Obama. El nuevo fiscal general anunció hace unas semanas el fin de ese acuerdo tácito.
En segundo lugar, la potencia emergente, China, así como otras aún influyentes en Occidente como la Rusia de Putin, o en Asia la Filipinas de Rodrigo Duterte, son partidarias de la mencionada línea dura. "El régimen internacional de la lucha contra las drogas está en juego como nunca lo había estado antes", concluye Wainwright.
Dada la profusión ensayística, cabe preguntarse qué aporta Narconomics a una literatura en la que reina el consenso. Y lo cierto es que su contribución es significativa en la divulgación generalista. Su ambición explícita, propia de los ensayos anglosajones, es hacer una disección acelerada del management profesional de un cártel. Una de sus virtudes es no centrarse en el drama social que se suele primar y, en cambio, sustentar sus tesis en la literatura académica. También utiliza con acierto los datos comparados para revelar la inutilidad, por ejemplo, de subir el precio de la cocaína encareciendo el de la barata hoja de coca: "Intentar aumentar el precio de la cocaína incrementando el coste de las hojas de coca se parece a tratar de subir el precio de una obra de arte incrementando el de la pintura".
Wainwright insiste en que los cárteles de las drogas funcionan "como cualquier otra multinacional" y que no son tan proclives a comportamientos violentos gratuitos. Tienen una política racional de reducción de costes y riesgos a través de deslocalizaciones y políticas exigentes de recursos humanos, cuyos departamentos tienen en las terribles cárceles de América Latina sus mejores escuelas de formación y reclutamiento. Los cárteles también se interesan por la cadena de valor, la subcontratación o su posición en el mercado: en algunos lugares se lucha por el monopolio en zonas (algo habitual en México), en otros ha habido colaboración (como en El Salvador tras el pacto entre las pandillas y el Gobierno). Los incentivos para actuar de una forma u otra son los mismos que los de cualquier empresa legal, con matices: la maximización de beneficios con el menor riesgo económico, político y penal posible.
La insistencia de algunos cárteles en las franquicias (los Zetas son "el McDonald's del crimen organizado") les ha hecho ganar terreno, su particular forma de entender la Responsabilidad Social Corporativa les ha llevado a ser populares en muchas zonas, y la innovación ha conseguido contrarrestar la reducción de tierras de cultivo con una sorprendente mejora en la productividad.
Las últimas páginas están dedicadas a analizar la disrupción de internet en el negocio. Los nuevos traficantes en línea han instaurado sistemas de retroinformación con comentarios tipo eBay o Amazon para reforzar la confianza. La deep web abarata costes, facilita la compra y evita el lado sórdido del comercio minorista. La legalización y la venta online son, en opinión de Wainwright, las palancas que conseguirán derrotar por extinción de negocio a los cárteles. Aunque también deja claro lo lejos que estamos de eso y la cantidad de escollos que hay en el camino.
Aunque se apoya en literatura científica, el autor también viaja sobre el terreno. Narconomics es, además de riguroso, divulgativo y ameno. Su conclusión es clara: "En la guerra contra las drogas los éxitos nacionales son frecuentes, mientras que los globales son escasos".