George Orwell

Varios traductores. Debate. Barcelona, 2017. 192 pp., 14, 90 €. Ebook: 6,64 €

Quizá ningún escritor como Orwell (1903-1950) ha sentido el vínculo entre lenguaje y poder. Nadie fue agraciado con un olfato tan agudo para detectar la propaganda, fuera cual fuese su origen y su destino. Olfateaba a kilómetros el hedor de una mentira política, y se entregó a la misión que le proponía su pituitaria superdotada: alzar con su escritura limpia una empalizada de precisión contra el totalitarismo, que empieza siempre corrompiendo el lenguaje para que deje de servir a la comunicación de verdades objetivas.



Tendemos a ver a Orwell como un visionario, pero visionario era Lovecraft. Orwell no es un escritor de fantasía o de anticipación, sino un contemporáneo eterno que descubrió dos cosas: que el anhelo humano de libertad no puede sofocarse del todo y que no por ello dejarán de intentarlo sus enemigos. Eso explica su vigencia -Trump lo ha convertido en un superventas en Estados Unidos-, porque los enemigos de la libertad ni se crean ni se destruyen, solamente se transforman. Pero la constante admiración que suscita su lectura no solo la justifican sus acertados diagnósticos sino la invención de un estilo propio, de una tersura vigorosa, modernísima. Su desprecio a la retórica no era una decisión estética, sino ética y política.



Estos ensayos que reúne Debate deberían encontrar un eco profundo entre políticos y periodistas, porque enseñan a hablar y a escribir con honestidad. La honestidad es el primer rasgo de la condición orwelliana y consiste en saber que la falta de precisión corrompe la vida pública; y al revés: el esfuerzo por hablar al pueblo con lenguaje recto y responsable obtiene la recompensa del mejoramiento social. Aunque deba su popularidad a su poderosa impugnación del comunismo, Orwell era eso que hoy se llama un liberal progresista, comprometido con una idea de la democracia que conciliase el individualismo capitalista con la protección de las clases desfavorecidas. Su enemigo era tanto el conservadurismo como la revolución, la teocracia como el comunismo, pues constató en ambos el mismo odio a la libertad intelectual.



En efecto, tanto para un integrista cristiano como para un marxista la verdad ya ha sido revelada, y por tanto quienes se oponen a ella solo pueden ser o inmorales o estúpidos, y a ninguno de los dos, en aras del bien común, se les debe conceder el derecho a opinar. Durante los años 40, cuando estos ensayos se publicaron, los odiosos marchamos de hereje o de pequeñoburgués se propinaban desde trincheras opuestas pero recaían sobre el mismo rebelde: el demócrata liberal. Claro que hoy no tiene tanto mérito advertirlo como entonces.



Orwell despertó al asco hacia el lenguaje panfletario en Cataluña durante la Guerra Civil, cuando "solo se podían decir dos cosas y las dos eran mentira". En "Desmontando el pastel español", desmitifica un conflicto impermeabilizado bajo gruesas capas de épica falsaria describiendo la minuciosa traición a la causa obrera de los comunistas. Es un soldado, pero su causa no será el antifascismo sino la obsesión por la verdad en un mundo que ha decidido subordinarla a la ideología. Cuando regresa a Inglaterra emprende una cruzada para salvar la lengua inglesa de la plaga de la fraseología marxista. Fustiga los editoriales pomposos del periodismo militante y reivindica el inglés oral: "Al leer la prensa de izquierdas uno tiene la sensación de que, cuanto más alto pontifican algunos sobre el proletariado, más desprecian su lenguaje". Carga contra los intelectuales, los mayores enemigos de la libertad -capaces de justificar el borrado de la historia-, como contra los monopolios capitalistas, porque "una imaginación comprada es una imaginación corrompida". Pero tiene muy claro que la literatura es un hecho individual que el liberalismo favorece y el socialismo de Estado (un "liberalismo moralizado") mata. Quizá la tiranía beneficie a artes como la arquitectura, pero la literatura es un animal salvaje que no cría en cautividad, afirma. Incluso avizora el peligro para la creación verbal que supone la mecanización. Acaso resulte demasiado estrecho su recelo hacia la "forma artística", pues la belleza lingüística puede prescindir a veces de la utilidad. Pero este libro transmite una lección crucial: que la regeneración política empieza por escribir mejor.



@JorgeBustos1