Felipe VI
Alguien ha escrito que el periodismo representa un borrador de la historia. Y es probable que los historiadores consulten los testimonios de primera mano que acerca de los convulsos primeros años del reinado de Felipe VI ha escrito Ana Romero (1966) , autora ya de un libro sobre el final del reinado de su padre (Final de partida, La Esfera de los Libros, 2015). Pero más importancia que lo que en el futuro diga la historia tiene el aquí y ahora, la información de los españoles de hoy acerca de la personalidad, el entorno y las actuaciones de nuestro Jefe del Estado. Acerca de quién es Felipe VI parece haber un amplio consenso que Ana Romero confirma: un hombre sereno, de temperamento casi nórdico, muy distinto a su extrovertido padre, que destaca por su preparación, su dedicación y su profesionalidad en el desempeño de sus funciones.Unas funciones que, cuarenta años después del nacimiento de nuestra democracia, podrían haber sido puramente simbólicas, como ocurre en las antiguas monarquías del norte de Europa, pero que no lo han sido, por las circunstancias extraordinariamente difíciles de esos comienzos de su reinado: crisis económica, desapego ciudadano hacia un partido gobernante atenazado por la corrupción, emergencia de una nueva izquierda radical, descrédito de la monarquía en los últimos años del reinado anterior y, cuando todo empezaba a calmarse, el desafío separatista en Cataluña. No estamos sin embargo ante una historia política de estos tres años y medio: el foco está siempre en la familia real. Ello quizá haga pensar a algún lector que hay demasiado énfasis en detalles frívolos acerca de vestidos, sonrisas, coronas y riñas familiares, pero me temo que nada carece de importancia si contribuye a la imagen de la monarquía. Ello se ha sabido siempre: ahí están para demostrarlo los relieves con las hazañas de los reyes egipcios o asirios, las estatuas de los emperadores en todas las ciudades romanas, la pompa que rodeaba a las monarquías tradicionales.
En una democracia, sin embargo, el rey sólo es el primer servidor del Estado y su prestigio se asienta en la discreción. España es además, como se ha dicho, una monarquía meritocrática, un oxímoron que refleja bien la realidad. En nuestro país hay muy pocos monárquicos por convicción, y algunos de quienes lo son muestran escasa simpatía por la actual pareja reinante, pero el papel que jugó el rey Juan Carlos en el nacimiento y consolidación de la democracia nos convirtió en un país de juancarlistas, mientras que su falta de discreción al final de su reinado, sumado al poco edificante espectáculo dado por la infanta Cristina y su desafortunado marido, afectó al prestigio de la monarquía. No dudo que en el futuro los historiadores rigurosos ofrecerán un balance muy positivo del papel de don Juan Carlos en nuestra historia, pero lo que ahora importa es el éxito de Felipe VI en devolver popularidad a la institución.
Hace veinte años no era tan difícil cuidar la imagen de la monarquía: los medios de comunicación la respetaban y el Hola era uno de sus grandes puntales. Luego llegaron internet y sus redes sociales y todo cambió. Si un rey emérito asiste a una modesta ceremonia en un pueblecito británico, acompañado de una dama divorciada poco más joven que él, y una residente local lo graba y lo sube a la red el escándalo está servido, porque los españoles nunca habíamos visto imágenes de esa pareja.
El libro de Romero ofrece una visión muy favorable de Felipe VI y la reina Letizia, pero no rehúye los temas polémicos, llegando hasta el muy banal episodio del compi yogui. Ofrece un muy interesante retrato de Letizia Ortiz en su adaptación al papel de una reina, mantenida cuidadosamente al margen de cualquier acto con significado político. Desciende, de la mano del comisario Villarejo, a los bajos fondos en que interactúan la política, el periodismo y el uso chantajista de la información. Y en el plano político más convencional ofrece un excelente relato del desencuentro entre Felipe VI y Rajoy cuando, a comienzos de 2017, este rechazó el encargo real de formar gobierno.