María Cristina de Habsburgo-Lorena (1742-1798)

Traducción de Begoña Prat. Pasado & Presente. Barcelona, 2018. 653 páginas. 39 €

El proces separatista que padecemos parece diseñado como una reducción al absurdo del Estado-nación: los gobernantes de la Generalitat han tratado de imponer, en contra de la ley y de los deseos de la mitad de los catalanes, la independencia de un territorio que ha estado unido a España desde antes de que ésta existiera como Estado (los condados catalanes se unieron al reino de Aragón trescientos años antes de que la unión de las coronas de Aragón y Castilla diera origen al Estado español).



El concepto mismo de Estado-nación tropieza con el problema de que sabemos muy bien lo que es un Estado, mientras que la nación forma parte de esos conceptos de difícil definición tan amados por los espíritus románticos como susceptibles de ser instrumentalizados por los demagogos. Pero lo fundamental es que el Estado-nación resulta un marco insuficiente frente a los desafíos del mundo actual, como demuestra la existencia de múltiples entidades transnacionales, desde Naciones Unidas (en realidad una organización de Estados) hasta la Unión Europea, ese gran proyecto hoy en crisis, y también las ONG internacionales que están configurando una sociedad civil global y son por ello odiadas por nacionalistas como el húngaro Orbán.



En perspectiva histórica, el concepto de que la humanidad se divide naturalmente en naciones, cada una de las cuales tiene derecho a su propio Estado, es reciente: surgió a fines del siglo XVIII. Y hasta hace medio siglo existieron unos estados capaces de gobernar muchos pueblos diversos, a los que solemos llamar imperios y que constituyen un precedente interesante en un momento en que los límites del Estado-nación se hacen evidentes. A ello responde Imperios. Cinco regímenes imperiales que moldearon el mundo, un libro publicado por Princeton en 2017 y que ahora aparece en una traducción española en general correcta, aunque no exenta de algún despiste puntual. Su autor, Krishan Kumar, catedrático de sociología en la Universidad de Virginia, ciudadano británico, nacido en Trinidad-Tobago en el año 1942, en el seno de una familia procedente de la India, es en sí mismo el producto vivo de un gran imperio, el británico. En su libro estudia éste y otros cuatro imperios: el otomano, el de los Habsburgo (en sus dos ramas, austriaca y española, aunque trata con demasiada brevedad el caso español), el ruso y soviético y el francés, precedidos de una referencia al Imperio romano, que sería el modelo de referencia para los posteriores. Aunque quedan fuera otros casos importantes, sobre todo el de China, la selección es suficientemente amplia y hay que admirar sus profundos conocimientos acerca de los cinco casos, cuando tantos historiadores siguen encerrándose en el estrecho marco de la historia nacional.



Kumar no trata de analizar el desarrollo histórico de los cinco imperios. Como pone de manifiesto el título original, "visiones de imperio", su objetivo es más limitado: trata de presentar cómo las elites políticas e intelectuales de cada uno de ellos concibieron su misión imperial. A mediados del siglo II el retórico griego Elio Arístides pronunció en Roma un discurso que constituye el mejor elogio de la grandeza imperial romana. "Sois vosotros -escribió el clásico- quienes habéis demostrado la afirmación generalizada de que la Tierra es la madre de todas las patrias comunes". Y a comienzos del siglo XX el célebre socialista austriaco Otto Bauer, uno de aquellos "austro-marxistas" que comprendieron el error de Karl Marx al menospreciar el factor nacional, advirtió que si un imperio enemigo hacía caer al Imperio austriaco, se desataría una terrible lucha entre los pueblos que lo integraban. Son dos testimonios, entre otros muchos que cita el profesor Kumar, que demuestran que los grandes imperios fueron algo más que "cárceles de pueblos" y que no sólo sus dirigentes apreciaban sus ventajas.



La conclusión a la que llega Krishan Kumar es tan pertinente que vale la pena una cita literal: "Es posible que los imperios formen parte del pasado en su forma histórica, pero no está claro en absoluto que la alternativa más deseable sea el sistema actual, en el que unos doscientos Estados-nación reclaman su soberanía y tienden hacia la uniformidad étnica. Esta parece una receta para un conflicto interminable, tanto entre los estados como en el interior de ellos".