Emil Cioran
La desesperanza siempre es la tentación más fácil. El pesimismo disfruta de un incomprensible prestigio. E. M. Cioran (Rasinari, Rumania, 1911-París, 1995) es uno de sus profetas más celebrados. Su pensamiento puede expresarse en unas pocas líneas: el hombre y el cosmos están abocados a la nada. El devenir es el festín de la muerte. Dentro de un tiempo, no quedará ni el más pequeño vestigio de la especie humana y sus logros. La obra de Shakespeare, Dante, Beethoven y Leonardo da Vinci correrán la misma suerte que los océanos y los continentes. Desaparecerán, sin dejar ninguna huella. Desde esta perspectiva, el suicidio se perfila como la única opción razonable. No es un gesto de desesperación, sino de libertad y sabiduría. Extravíos, un breve ensayo compuesto en 1945, no se desvía de este planteamiento. Inédito hasta hace pocos años, aparece ahora en castellano con prólogo y traducción de Christian Santacroce. Es el último texto que Cioran escribió en rumano, su lengua natal.Con treinta y cuatro años, el filósofo no había participado en la contienda, pero en su juventud había simpatizado con el nazismo. A pesar de su nihilismo, siempre buscó el absoluto. En la filosofía, la política, el arte. Nunca simpatizó con las medianías. Sin embargo, el absoluto se le escapó de las manos una y otra vez, acentuando su tendencia al sarcasmo y el desengaño. Hijo de un sacerdote ortodoxo, abrazó el ateísmo con la ira del seminarista que cuelga los hábitos. Se hizo nacionalista en los años treinta, pero su patriotismo se derrumbó enseguida, asumiendo con fervor la condición de apátrida. Era un giro previsible. El hombre que no ama la vida no puede echar raíces. Ese desarraigo no impidió que se estableciera en París, donde pasó el resto de su existencia, ocupando una inhóspita buhardilla. Su actitud vital se aproxima a una especie de anarquismo existencial. Ni Dios, ni Patria. Estas convicciones no expresan una visión política, sino un implacable escepticismo. Extravíos se mueve en ese universo, repitiendo las obsesiones que jalonarán toda su obra: "Ser extranjero en cualquier país, en cualquier orbe: elevar tu estado jurídico a calidad metafísica", "La vida no tiene ningún sentido; pero aún más cierto es que nosotros vivimos como si tuviera uno", "La realización del alma es su anulación sucesiva".
Cioran ejerce una poderosa fascinación, pero creo que su capacidad de seducir no procede de sus ideas, escasamente originales, sino de la calidad de su prosa y de su inagotable ingenio. Siempre he pensado que hay un estrecho parentesco formal entre sus aforismos y las greguerías de Gómez de la Serna. En los dos casos, despuntan el humor, el vuelo poético y el espíritu provocador. "Para Adán, como para todos nosotros, Eva es el camino más largo hacia la muerte", escribe el filósofo rumano. "La vida es un accidente… permanente", añade. Y, en un arrebato de lirismo, concluye: "Debemos adherirnos a la tierra como las nubes al cielo; sin raíces". Cioran es un maestro del idioma, un poeta que extrae belleza de la amargura más negra, un moralista que preconiza la destrucción de los valores: "La mezquindad es la sal de la vida. […] ¿Quién conociendo a sus semejantes osaría hablar de magnanimidad?".
Después de leer a Cioran, es normal sentir embriaguez y fatiga. Embriaguez por el brillo de sus palabras, fatiga por su monótona execración de la vida y su afectado idilio con la muerte. Spinoza escribió en su Ética: "Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida". En cambio, Cioran afirma: "De la vida tenemos que hacer un soneto o ahorcarnos". Spinoza razona con rigor geométrico; Cioran, con el fatalismo de un poeta maldito. En este caso, la verdad se inclina del lado de la geometría, pero una vez más la poesía triunfa en el campo de la seducción. Los jóvenes prefieren la seducción. Los que no lo somos, nos quedamos con la verdad.
@Rafael_Narbona