Foto: Corina Arranz
Se sitúa este libro de Alfonso Armada (Vigo, 1958) en la delicada línea divisoria que separa periodismo de literatura. O quizá sería mejor decir que, atendiendo a su carácter de libro-itinerario, empieza un poco más acá de esa línea, del lado del periodismo, y a lo largo de su andadura se adentra en la provincia limítrofe lo suficiente para hacer imposible la vuelta atrás.Los primeros capítulos, en efecto, dejan ver que el autor no sólo se dispone a recorrer diariamente unos kilómetros por las carreteras secundarias de España y a dar cuenta de ello en las desganadas páginas agosteñas de un periódico, sino que también está dispuesto a dejarse llevar por las incitaciones de la memoria personal, los recuerdos de lectura y el loable propósito de que su mirada sobre las cosas externas suponga también un atisbo de verdades soterradas. Acusa esta "primera salida" -cabe darle ese nombre, en recuerdo de la que otro ilustre viajero efectuó a lomos de un rocín, y no en un lujoso automóvil- los inevitables rasgos del periodismo seriado: la rapidez del trazo, el carácter un tanto formulario con el que el autor da cuenta de estas primeras etapas de un viaje que comienza en la madrileña Puerta del Sol y atraviesa luego la "sierra pobre" de Madrid y los "pueblos negros" de Guadalajara para torcer hacia el Ebro, recorrer la Cataluña interior y el pre-Pirineo y subir luego, desde tierras palentinas, a Cantabria y Asturias, para terminar en Galicia.
Todas y cada una de las etapas de ese primer viaje, efectuado a lo largo de un mes en el verano de 2011 -es decir, en el momento álgido de una crisis económica y social que ya no se avenía a eufemismos ni atenuaciones- se resuelven en capítulos de idéntica extensión -en torno a las setecientas palabras-, que incluyen una rápida descripción impresionista de un paisaje al que se incorpora, sin apenas preámbulo, un interlocutor humano que se hace eco de las cuitas del cronista o le plantea, por contraste, su propia visión de la realidad.
La rapidez impresionista de esta primera parte del viaje, sin embargo, actúa como un eficaz tonificante de la mirada y la sensibilidad, tanto para el autor como para el lector, que ya sabe qué clase de realidades puede esperar de esta España situada al margen de los grandes ejes por los que fluyen el dinero y los afanes. No es, desde luego, una idealizada España rural, ni el escenario de un eventual retiro para quien quiera apartarse del mundanal ruido. Por el contrario -y la impresión se acentuará en el segundo viaje, efectuado un año más tarde, y que llevará al cronista a recorrer el arco complementario, desde Galicia a Andalucía pasando por Extremadura, para alargarse hacia el desierto almeriense y subir por el estragado Levante hasta la Mancha y de nuevo Madrid-, la belleza y singularidad de determinados paisajes, ahora tratados con más detenimiento, y lo admirable de algunas formas de vida que no han sucumbido a la devastación no siempre alcanzan a ocultar que también esa España retraída acusa los efectos del doble ciclo destructivo conformado por la dilapidación y la sobrevenida falta de recursos.Libros como éste, periodismo sublimado en literatura, ayudan a mostrar la cruda ambivalencia de la realidad española
Y es esa constatación la que proporciona a estos textos su singular melancolía, en la que se mezcla el recuerdo de quienes alguna vez quisieron cambiar este aciago estado de cosas -y muy singularmente, de ilustrados y regeneracionistas- con la conciencia de que la oportunidad de rectificarlas ha pasado ya. No se engaña el autor al respecto: "Ahora todo parece un parque temático de lo que fue"; o, como reza el título de uno de los libros de referencia de los que se vale para localizar los escenarios del desastre: mera "topografía del lucro", flanqueada de urbanizaciones abandonadas y perdurables monumentos a la estulticia y el mal gusto.
Queda, sin embargo, el gozo del viaje, la alegría del deslumbramiento, los ratos de amistad compartida, la invitación implícita a que el lector compruebe con sus propios ojos esa esencial ambivalencia de la realidad, inasequible al triunfalismo de los discursos oficiales, pero también cercana al principio de redención que supone reconocerse en su propia verdad. Libros como éste de Armada, excelente periodismo sublimado en esclarecedora literatura, ayudan a mostrarla.