Igor Sosa Mayor
Actuar siempre conlleva un riesgo moral. Esta afirmación, que podría incluirse en un libro de ética de la acción, uno de los campos de mayor actualidad en la filosofía, es el punto de partida de esta investigación sobre las relaciones de la nobleza castellana del XVI y XVII con la teología moral de su tiempo.Los historiadores hace ya tiempo que se atreven a ahondar en lo que se denominó las mentalidades, es decir, la manera de concebir el mundo y a uno mismo; algo tan difuso como lejano si se trata de explicarlo respecto a hombres y mujeres de hace siglos. La historia de las mentalidades irrumpió con fuerza treinta o cuarenta años atrás, y podría parecer agotada porque derivó en estudios demasiado generales o concretos. Su renovación ha venido impulsada por la historia cultural, acompañada de un sólido bagaje conceptual. Quizá sea ese el horizonte hacia el cual se dirige la mejor historia que hoy se hace, la que practican historiadores con amplia formación conceptual y apertura de miras.
Aquí se inserta este libro, orientado a desentrañar, nada menos, la conciencia de los nobles castellanos del Siglo de Oro. El desafío es ambicioso y atractivo, y para poder asumirlo con garantías el autor ha tenido que pertrecharse de nociones de Teología, Filosofía y Derecho. Siempre desde la perspectiva del historiador, ha podido aventurarse en el mundo de los dictámenes morales que solicitan los nobles, cómo y cuánto frecuentan el confesionario, a qué clérigos solicitan guía espiritual y, en definitiva, cómo el noble construye su yo ético. El gran señor castellano necesitaba auxilio de especialistas porque dudaba a la hora de tomar decisiones y, sobre todo, porque era consciente de que la decisión adoptada en cualquier materia implicaba a su conciencia. Esto último, la convicción profunda de que lo personal y lo que afectaba a los que dependían de uno, tenía consecuencias éticas, es una clave para entender la cultura y mentalidades de la época.
En la Europa posterior al Concilio de Trento, que es la que interesa a Igor Sosa, la gestión de esta realidad intangible empezó a crear un campo propio, el de la teología moral, en virtud de la insistencia que el catolicismo puso en la figura del sacerdote como intermediario en asuntos de conciencia, no solo a través de la confesión, sino mediante la creación de un intrincado tejido de conceptos y normas que, por su complejidad, precisaba de la interpretación del experto. Nació así el probabilismo, la casuística y el laxismo, términos que, más allá de la idea de pecado, aluden al examen de las conductas que, en el caso de los grandes nobles, afectaban tanto a materias relacionadas con su vida personal y familiar, como a la gestión de sus señoríos o los cargos políticos y militares que desempeñaban en función de su rango.Igor Sosa firma una valiosa aportación para desentrañar la conciencia de los nobles castellanos del siglo de oro
Todo ello está aquí tratado a partir de fuentes poco atendidas pero muy enjundiosas. Y como resultado aparece el retrato de un noble muy concernido por las consecuencias morales de sus actos. Consecuente con sus responsabilidades con Dios y con los hombres; no temeroso, sino reflexivo; no pacato, sino consciente de que su voluntad se contrastaba continuamente con la norma humana y divina; sabedor, en definitiva, de que su yo ético conjugaba la libertad con el deber.
El campo abierto es muy grande y su aportación valiosa, tanto por lo que nos da a conocer como por lo que sugiere que podremos saber.