Felipe IV. El Grande
Alfredo Alvar Ezquerra
27 julio, 2018 02:00Velázquez: Felipe IV a caballo, 1634-35 (detalle). Museo del Prado
Felipe IV (1605-1665) reinó durante 44 años sobre amplios territorios extendidos por cuatro continentes. Rey universal en sentido estricto, sus contemporáneos y los que le sobrevivieron lo denominaron Rey Sol, Rey Planeta y, sobre todo Felipe el Grande, epítetos que el paso del tiempo y, sobre todo, determinados prejuicios historiográficos, han querido eliminar. Desde el siglo XIX Felipe IV pasó a ser emblema de la decadencia, uno de los denominados "Austrias menores" en comparación con los mayores de la dinastía, Carlos V y Felipe II. Solo se le concedía el mérito de haber tenido la sensibilidad artística que nos permite hoy disfrutar en nuestros museos de las obras de pintores como Velázquez, Ribera, Rubens y tantos otros y, por extensión, haber presidido la etapa más brillante del llamado Siglo de Oro, cuando florecieron Lope, Quevedo y Calderón.Y no parecía haber ningún motivo más para admirar a un rey considerado melancólico, perezoso, demasiado devoto, hedonista y pusilánime, tan frágil y abúlico como, en teoría, se nos muestra en los retratos de corte. Este es un Felipe IV convertido en símbolo de la decadencia hispana, del crepúsculo de un poderío casi agotado que añora viejas glorias rodeado de bellas obras de arte. Este es, además, un Felipe IV "fácil", por cuanto no exige más que repetir tópicos que se han transmitido por desidia y mala intención.
Contra esta corriente de opinión escribe Alfredo Alvar (Granada,1960). Cierto es que entre los historiadores, no solo españoles, tal valoración negativa del monarca y su gobierno hace ya tiempo que ha sido desterrada. Pero aún se resiste el desafío de trasladar al gran público la visión matizada y más fidedigna de los protagonistas de la España de los Austrias en el siglo XVII. Lo hace el autor del libro, investigador de larga trayectoria que además acredita experiencia en la siempre compleja tarea de la divulgación rigurosa.
Alvar se ha centrado en la figura de Felipe IV, con la intención de proporcionar al lector, al mismo tiempo, una biografía política y personal del personaje. Ha manejado abundante material documental, tanto fuentes impresas como archivísticas, y se ha movido con criterio en la larga lista de trabajos sobre el soberano, porque si bien no existen muchas biografías completas sobre Felipe IV, el número de estudios parciales o que se centran en aspectos concretos de su trayectoria es abrumador. Su objetivo ha consistido en dirigir el foco hacia el monarca, algo no sencillo por esa tradicional desconsideración de su persona, o porque ha quedado oculto detrás de personalidades más polémicas, como la del conde-duque de Olivares, que estuvo a su lado dos décadas, o por el sistema cortesano que tendía a ocultar al rey para reverenciarlo, o finalmente porque el propio carácter de Felipe IV tendía a la reserva y su larga vida en el trono le enseñó a enmascarar prudentemente facetas de su personalidad, sus sentimientos y sus debilidades.El libro es la expresión de un historiador que no oculta ni su pasión por la época ni esa progresiva fascinación por el biografiado
El autor ha optado por mantener la tensión entre los acontecimientos políticos y la peripecia personal del monarca, lo cual se justifica porque la marcha de los asuntos de gobierno le afectaba como máximo implicado, del mismo modo que lo acontecido al Felipe IV hombre influyó en su percepción de las cosas de Estado y en la toma de decisiones. No podía ser de otra manera en alguien que desde la adolescencia vivió la singular existencia de rey, con el peso sobre sus hombros de toda la autoridad, que aprendió a gobernar gobernando, que soportó reveses familiares y políticos ominosos, que fue profundamente religioso, culto y amante de la belleza.
Alvar se ha servido de un estilo de escritura muy personal, que entabla un diálogo directo con el lector, trufado de comentarios personales, a veces desinhibidos. Esta manera de construir la narración mantiene el interés de quien lee sobre los vericuetos del gobierno, los ocios y las relaciones personales del monarca, enmarcado todo en un denso contexto cultural y cortesano. Es la expresión de un historiador que no oculta ni su pasión por la época ni esa progresiva fascinación del biógrafo por el biografiado que se produce naturalmente durante el proceso de estudio y redacción.