Jordan B. Peterson

Traducción de Juan Ruiz. Planeta. Barcelona. 2018. 512 páginas. 21,90 €

Jordan B. Peterson (Edmonton, Canadá, 1962) es un académico competente que ha pasado por algunas de las principales universidades angloamericanas (McGill, Harvard y Toronto), y publicado más de 100 artículos científicos sobre diferentes áreas relacionadas con la psicología.



El español y el catalán son sólo dos de los 45 idiomas a los que -hasta el momento- se han traducido estas 12 reglas para la vida. Un ascenso irresistible a las cumbres del mundo editorial global, precedido por la conquista de otras cotas importantes de la opinión pública. Por ejemplo, el éxito de su decisión, hace unos años, de hacer accesibles sus clases universitarias a través de Youtube y terminar liderando lo que algunos llaman una Dark Web intelectual.



Estas 12 reglas son algo más, o menos, que “ciencia”. No son verdades destiladas en un laboratorio de psicología experimental. Son historias atractivas de sexo y poder, pretendidamente apoyadas en la sabiduría religiosa tradicional (Peterson es un cristiano confeso), y predicadas con gran competencia y habilidad. La escalada a la popularidad global de Peterson empezó, de hecho, con una escandalosa historia de sexo. Una que agudizaba la tensión entre libertad personal, derechos de minorías e intervención estatal, tras oponerse a una ley de derechos humanos orientada a imponer el uso de expresiones de género relacionadas con “grupos protegidos”. Desde entonces, el problema culturalmente tabú de las diferencias de sexo es una constante: “La división de la vida en sexos gemelos ocurrió antes de la evolución de animales multicelulares”, asegura para darle una dimensión atávica.



Un linaje tan venerable como el de las jerarquías naturales, ilustrado por el sistema nervioso de las langostas, protagoniza una Regla 1 coronada por una sencilla ética del enderezamiento: “Ponte recto y echa los hombros para atrás”. La aceptación de la terrible responsabilidad por vivir. Menos postural será la siguiente regla, que aboga por tratar a uno mismo como a alguien a quien se tiene la responsabilidad de ayudar.



Descrito el compendio por Arcadi Espada como una “Biblia para varones” (me dijo, con sorna, que esto ya lo había inventado Martín Vigil), estas reglas -que también siguen no pocas mujeres- responden a una demanda universal de autoestima masculina, en tiempos donde el “patriarcado” y la dialéctica de géneros sustituyen a los viejos caballos de batalla de la izquierda. En un panorama específicamente posmoderno, con verdades debilitadas e ideologías animosas, el fenómeno Peterson emerge como una tentativa de rehabilitar eso que los junguianos llaman el “animus” racional -por contraposición al “ánima” simbólicamente femenina e irracional- y de ayudar a curar una cultura enferma de padres ausentes y masculinidades frágiles, pero rara vez tratadas.



El libro, como vemos, se ofrece como un “antídoto al caos”, una tentativa de vacuna contra los agravios de las “políticas de identidad”, contra las simplezas de los apriorismos ideológicos de los que saben “como hacer el mundo mejor” antes de poner orden a su galimatías interior (Regla 6: “Ordena tu casa antes de criticar el mundo”), contra la cerrazón relacionada con la polarización ideológica (Regla 9: “Asume que la persona que escuchas puede saber algo que tú no sabes”), contra la mentira (Regla 8: “Di la verdad, o al menos no mientas”).



Al estar influido también por autores y fuentes que difícilmente se pueden considerar científicos, acaba sosteniendo tesis difíciles de aceptar. Esta “historia profunda” de la razón, por la que apuesta Peterson, cae en muchos aspectos del lado de la mística, y sus planteamientos se acaban oponiendo a racionalistas y defensores de valores seculares como “prosperidad”, “seguridad” y “bienestar”.



Y a pesar de todo esto, muchas de sus ideas, como que las intuiciones preceden a la planificación racional, o que estemos más preparados para entender “historias” que para asimilar “datos”, arraigan en la mejor psicología. Por ese motivo este libro no se puede despachar como un cuento bíblico. Si queremos cambiar algo “natural” que no nos gusta, no podemos modificar lo que no entendemos o queremos ignorar. Incluso si no nos creemos ya que somos “criaturas” irremisiblemente caídas.