Helen Garner. Foto: Libros del Ateroide

Traducción de Cruz Rodríguez. Libros del Asteroide, 2018. 176 páginas. 22,95 €. Ebook: 10,44 €

Quienes consideran a Helen Garner (Geelong, 1942) la Joan Didion australiana quieren hacerle un favor a Garner, pero quizá se lo estén haciendo a Didion. Solo quizá. En la nómina rutilante del Nuevo Periodismo -la de los Talese, Mailer o Wolfe-, la reportera estadounidense figura ya por derecho propio como su gran exponente femenino. Garner no compite con ella en estilo, como Hemingway no lo hace con Faulkner: por una consciente voluntad antirretórica. Pero sí lo hace en vocación, coraje y honestidad periodística. La antología de reportajes que edita Libros del Asteroide es buena prueba de todas esas condiciones, pero sobre todo da testimonio de una manera de concebir y ejecutar el periodismo narrativo que empezamos a extrañar sin temor a caer en la jeremiada. Lo cierto es que hoy escasea el tiempo, el dinero, el talento, la paciencia de los jefes y mucho más la de los lectores para asegurar larga vida al género literario de no ficción que ha dado un Premio Nobel como el de Svetlana Aleksiévich o un Premio Cervantes como el de la mexicana Elena Poniatowska.



En sus reportajes, Garner se enfrenta siempre a la mentira y a sus aliados en los polos: la frivolidad y el puritanismo

Y sin embargo, estamos convencidos de que una historia real bien contada nunca perderá el interés del público. Contar bien es adoptar la primera persona sin convertir el reporterismo en un pretexto para la vanidad; encadenarse disciplinadamente a los detalles como única garantía de ecuanimidad narrativa; escoger la palabra exacta para lograr que el lector se forme en la mente la imagen más vívida posible; examinarse a uno mismo como vehículo informativo con el mismo rigor despiadado con que se consignan los hechos; y todo ello por sagrado respeto al lector, en la conciencia de una misión quizá modesta, incluso autoirónica, pero necesaria. No es una fórmula secreta: todo esto se explica -supongo- en las aulas de Periodismo de todo el mundo. Lo difícil es aplicarla como la aplica Garner. Su dominio de la estructura narrativa, la sabia dosificación de descripción y diálogo, la presentación de personajes y escenas que permiten al lector formarse su propio juicio sin que el narrador haga explícita la conclusión moral.



Dos atributos adornan al buen reportero: una forma de mirar y un estilo de contar lo visto. Garner puede impartir un provechoso magisterio de ambos talentos. Su escritura resulta tan visual que paradójicamente parece anunciar la obsolescencia de la propia disciplina que ella lleva a la plenitud: para qué necesitaremos en el futuro palabras tan precisas si tenemos las cámaras. No importa que la voz de Garner nos cuente un parto en maternidad, la autopsia de un cadáver, una boda en un juzgado, un crucero de vacaciones, una experiencia mística a lo Thoreau en una cabaña alpina o la forma en que fue despedida de un instituto por enseñar educación sexual sin tabúes a sus alumnos adolescentes en la puritana Melbourne de los primeros setenta. Hace falta mucha imaginación para advertir todas las posibilidades que ofrece la realidad más cotidiana; pero además hace falta integridad moral para defender la voz propia frente a la intolerancia de todo tipo. Garner se enfrenta siempre a la mentira, y a sus aliados en los polos: la frivolidad y el puritanismo. Le da lo mismo que las puritanas sean las profesoras monjiles de derechas que la echaron del instituto por hablar de sexo o las feministas fundamentalistas de izquierdas que condenaron The First Stone -su investigación sobre un polémico caso de abuso sexual en la Universidad de Melbourne- porque no repartió las culpas como se esperaba entre el decano y las dos alumnas implicadas.



"He descubierto que mucha gente, en especial quienes cimientan su valía en atenerse a una posición política preestablecida, no están preparados para arriesgarse a una lectura semejante", anota -corría 1995- antes de denunciar la calcificación del feminismo como mera ortodoxia. Valor, por tanto, no le falta a la australiana, pero solo se permite la reflexión en voz alta cuando tiene todos los datos. Los partidarios de la asepsia le reprocharán a Garner su irrenunciable empleo del yo; pero a quienes esperan la fantasía propia de la autoficción les aburrirá la fidelidad con que registra los hechos. Seguramente, no se puede ser un gran periodista sin suscitar, al mismo tiempo, ambos recelos.



@JorgeBustos1