Prisioneros en la isla Vaigach, en la costa ártica de Siberia.
No habrá muerte es un título chocante para un libro que, como se indica después, aspira a reunir las letras del Gulag y el nazismo. Si el lector inquieto ojea el volumen, encontrará además que su apéndice parece un desmentido tajante a la susodicha afirmación vital. En efecto, una "Breve cronología literario-suicida" sintetiza algunas de las más significativas muertes voluntarias de literatos de aquella época. A todos ellos la brutal experiencia del período les dejó una huella infamante que no pudieron soportar. Unos, porque conocieron el infierno en la tierra de los campos de trabajo o exterminio, como Jean Améry o Primo Levi. Otros, simplemente, porque su mundo se hundía bajo toneladas de sinrazón y barbarie (de Maiakovski a Stefan Zweig). Hay en la lista muchos nombres conocidos -Ernst Toller, Joseph Roth, Walter Benjamín, Simone Weil, Klaus Mann, Paul Celan, Sándor Márai, Jerzy Kosinski- pero hay otros tantos que sin alcanzar la celebridad hallaron también en la muerte, de modo directo o indirecto, el único remedio a la hecatombe política y moral.Y sin embargo esta crónica amarga de sufrimiento y desesperación está transida de esperanza. De ahí que el título, como se sugería al principio, no sea casual ni caprichoso. De hecho, cada sección está encabezada por una cita que, leída con las demás, da lugar a una coherente declaración de intenciones: "La muerte no existe. La muerte no es algo nuestro (…) No habrá muerte porque lo que fue ya ha pasado" (Boris Pasternak). "¡No morir con la muerte! ¡y saberlo, al morir!" (Juan Ramón Jiménez). "Soy inmortal, es decir, incapaz de morir. Todos lo somos" (Ernö Szép). Todo eso es tanto como decir: a pesar de tanta barbarie, la vida triunfa y lo mejor del ser humano pervive. La dedicatoria que abre el libro, de tono personal, va también en esa línea: evoca el autor a su abuela, "que esperó en vano la vuelta" de su marido, soldado republicano, y recuerda emocionado a este mismo abuelo, "que no murió".
Pueden imaginarse por todo lo dicho que este no es un ensayo convencional sobre las víctimas del terror nazi y estalinista. Lejos del distanciamiento frío y aséptico que suele ser norma y valor en el ámbito académico, aquí se opta por un tono personal, a veces cálido, a menudo conmovido, siempre comprensivo y empático con sus personajes. No resulta extraño si tenemos en cuenta que el responsable de este volumen no es un investigador o erudito al uso. Toni Montesinos (Barcelona, 1972) ha escrito varios libros de tono ensayístico -dos de ellos en esta misma editorial- pero su trayectoria delata un autor de registro más amplio que se mueve desde la poesía a la crítica literaria. Esto puede explicar el carácter de la obra, sin citas a pie de página (aunque con una selecta relación bibliográfica final) y su tono estilístico, con una escritura muy suelta y libre que no desdeña alusiones o referencias un tanto atípicas a películas, novelas, poesía, música y anécdotas históricas.Este ensayo poco convencional sobre las víctimas del terror nazi y estalinista es una breve cronología literario-suicida
En cuanto al contenido, la obra se estructura en tres partes, relativamente breves (el texto en su conjunto, descartando el apéndice, bibliografía e índice, sobrepasa en poco las doscientas páginas): la primera y la tercera, están dedicadas respectivamente a los "terrores revolucionarios" comunistas y al "terror del nazismo y la segunda guerra mundial". Entre ellas, la segunda parte es un "interludio periférico de literatos ante la URSS y el nacionalsocialismo". Montesinos comienza con la llegada de Lenin a Rusia y enseguida se hace eco de los primeros desengaños, como los de Ángel Pestaña y Emma Goldman.
Pronto la situación se torna más sombría. Ser escritor se convierte en una tragedia o en una profesión de alto riesgo. El "Moscú del terror" señala las dos salidas habituales, no ya solo para los enemigos sino para los mismos afines (Shójolov, Pasternak): el Gulag o la muerte (si es que son distinguibles). Una simetría macabra del terror se extiende con la llegada de Hitler al poder. Los testimonios son estremecedores porque la realidad que reflejan tiene visos apocalípticos. Más allá del conocido relato recogido en el diario de Ana Frank, Montesinos cita otros múltiples alegatos que nos provocan "un nudo en la garganta".