Los años 20 fueron tiempos duros en el mundo de habla alemana. El final de la guerra más brutal conocida hasta entonces por la humanidad, la Primera Guerra Mundial, significó el derrumbe del poderoso Imperio alemán y del secular Imperio austrohúngaro, dejando tras de sí un mar débiles repúblicas desestructuradas a nivel social, que paulatinamente fueron presa de los extremismos políticos de uno y otro signo. Tampoco la situación económica era la más propicia, acuciada por una inflación galopante provocada por la depreciación de la moneda, la reestructuración del sistema comercial y las abusivas reparaciones de guerra suscritas en el Tratado de Versalles de 1919. Y, sin embargo, fue en este clima de incertidumbre e inestabilidad cuando se produjo la última gran década de la filosofía, cuando por última vez, el pensamiento alemán sacudiría las torres de marfil académicas hasta crear la base teórica sobre la cual se apoyan nuestras modernas vías de pensamiento.
Esta es la idea central sobre la que se erige el magnífico ensayo Tiempo de magos. La gran década de la filosofía 1919-1929, donde el escritor y filósofo Wolfram Eilenberger (Friburgo, 1972) elabora un ameno y clarificador recorrido por el periplo vital y filosófico de Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger, Walter Benjamin y Ernst Cassirer, cuatro pensadores que marcaron el devenir de la filosofía occidental durante el último siglo y que aún lo hacen hoy en día. “En los años 20 hubo en gran parte de Europa una explosión del pensamiento, no sólo en filosofía, sino en literatura, arquitectura, ciencias, humanidades... Fue una década de una enorme creatividad e inteligencia”, explica Eilenberger. “Durante esos años, estos cuatro filósofos básicamente crearon la filosofía como la conocemos hoy en día, fueron los padres fundadores de las grandes escuelas que dominan la filosofía occidental. Heiddeger es el fundador del existencialismo y de la tradición hermenéutica, Benjamin de la Escuela de Frankfurt y la teoría crítica, Wittgenstein de la filosofía analítica, y Cassirer de la ciencia cultural tal y como se entiende actualmente”.
"La filosofía no es una disciplina académica, es una forma de vivir la vida, de orientarse y de enfrentarse a las preguntas más existenciales"
Pero más allá de en su condición de arquitectos del pensamiento contemporáneo, la clave que encierran estos hombres para el autor reside en su concepción de la filosofía como proyecto de vida, de ahí que el libro recorra de forma paralela avatares vitales y producción intelectual, pues, en estos pensadores, son imposibles de disociar. “Este libro se basa en la idea de que la filosofía no es una disciplina académica, no es una carrera que se estudie. Es una forma de vivir la vida, de orientarse y de enfrentarse a las preguntas más existenciales”, sostiene Eilenberger. “Estas cuatro figuras son ejemplos de un movimiento general de filosofar en el que la vida y el pensamiento, la teoría y la existencia, las ideas y las experiencias se mantienen muy cerca. La idea de unir su propio filosofar en un gran programa es una idea original de la filosofía, que Sócrates encarna de manera excelente”.
De nuevo las causas, hay que buscarlas en su convulsa época. “La Primera Guerra Mundial fue un episodio traumático para el mundo germanófono, para todos sus individuos. Tras ella, Wittgenstein estaba traumatizado, Heidegger perdió su fe católica por completo, Cassirer su puesto académico y Benjamin estaba en la pobreza. Por tanto, se enfrentaron individualmente a lo que fue una situación social, tenían que reinventarse a sí mismos”, explica el filósofo. Pero no sólo a sí mismos, sino también a la filosofía. “En los 200 años anteriores, la forma dominante de filosofar en Alemania se basaba en su gran figura, Kant. Pero en aquellos tiempos se hizo evidente la fractura del sistema kantiano, y todo el mundo sabía que había repensar la filosofía en su conjunto, porque había una crisis de legitimidad de la filosofía frente a la ciencia, en franca expansión”.
El lenguaje es la base
Fue en esta época de crisis, momentos que Eilenberger reivindica como algo positivo y lleno de oportunidades, cuando “estos cuatro inteligentes jóvenes de entre 30 y 40 años nos hicieron reconsiderar la forma en que se hacía la filosofía”, afirma. ¿Y cómo lo hicieron? Pues respondiendo a una pregunta muy sencilla, la pregunta clave de Kant: ¿qué es el hombre?. “La respuesta unificadora y definitoria que todos dieron es que el hombre es lenguaje, y el lenguaje es la base de nuestra forma de vida”. Una base común que propició muy deferentes respuestas que, sin embargo, Eilenberger pone exitosamente a conversar entre sí combinando los diversos enfoques para resaltar puntos en común y diferencias.
"La respuesta que todos estos filósofos dieron a la pregunta de qué es el hombre, es que éste es lenguaje, y el lenguaje es la base de nuestra forma de vida"
“Heidegger desarrolla su filosofía a partir de una observación fundamental: el hombre es el único ser que a través del lenguaje se plantea la cuestión de su propia existencia y, por lo tanto, del significado de ser. Wittgenstein, por su parte, busca sentido en una larga tradición de trabajos, firmados por Hume, Spinoza o Kant, que quieren trazar una línea entre las oraciones en nuestro idioma que son realmente significativas y aquellas que no tienen sentido, base de su Tractatus logico-hilosophicus”, ahonda el filósofo. "Mientras, Cassirer dice que los humanos son un animal simbólico, un animal que usa signos. Nos distinguimos por dar significado y significado a nuestro ser a través de signos, símbolos y lenguaje, por lo que tenemos que ver no solo el lenguaje de la filosofía, sino también la religión, el mito, el arte... Y la metafísica de Benjamin es profundamente teológica, porque creía que los fundamentos de nuestro discurso no son hechos por el hombre, no están disponibles para nosotros, sino que las cosas nos hablan en un lenguaje casi divino para conocernos a nosotros mismos y la realidad”.
Pero como decíamos, el apartado puramente filosófico se encuentra imbricado en Tiempo de magos junto a un recorrido vital paralelo que Eilenberger transita de forma cronológica, interconectando la biografía y el trabajo de estos pensadores de una manera esclarecedora y mostrando sus diversas naturalezas personales enredadas en el complejo contexto vital más arriba citado. “Son cuatro tipos con trasfondos muy diferentes. Cassirer es el prototipo de burgués alemán de origen judío que proviene de una familia de artistas y académicos: cultivado, cosmopolita, humanista. Heidegger es un pensador nacionalista, de humildes orígenes campesinos y católicos, que considera el idioma y la cultura nacional lo más importante”, detalla el autor. “Por su parte Wittgenstein es el niño prodigio de una aristocrática familia vienesa con deseos de conocimiento espiritual, casi un asceta por voluntad propia que busca un retiro místico casi en la espiritualidad. Y luego está Benjamin, que tuvo la existencia normal del precariado de un escritor independiente, y se lanza a la vida de las grandes ciudades y a ese lado oscuro metropolitano de la droga, la prostitución, el juego...”.
¿Espejo o fantasma?
Estas cuatro tipologías tan distintas entre sí, representan para Eilenberger una forma muy contemporánea de vivir el mundo, lo que pone de relieve la vigencia del pensamiento de estos hombres. “Todos conocemos gente así, y esto es porque en los años 20 está el origen de nuestra era, las formas de estar en el mundo que ahora percibimos como propias nacieron en aquel entonces, el tiempo de la gran liberación de las convenciones burguesas”, opina. En este sentido, el escritor defiende que “este libro está escrito como una mirada a la situación actual, muy parecida a hoy, por varias razones”. Más allá de los tópicos sobre la crisis y el populismo que comparan el momento actual con los años 20 y 30, pues considera fatalista "equiparar el drama que fueron los años 30 con lo que podrá suceder en el futuro", Eilenberger se detiene en otros dos factores: "la reducción de la espacialidad y la aceleración de la información".
"En los años 20 está el origen de nuestra era, las formas de estar en el mundo que ahora percibimos como propias nacieron en aquel entonces"
“En los 20 se dio, en parte debido a la guerra, una brutal aceleración de la información que provocó desconfianza en la gente. Hubo una explosión del mercado mediático y había muy poca credibilidad hacia los medios públicos pues ya se practicaba masivamente la propaganda, lo que ahora llamamos Fake news”, explica, muy parecido. “Al mismo tiempo el mundo se estaba empequeñeciendo en un preludio de lo que es la globalización actual. Llegan los aviones, los zepelines, los viajes se reducen, y eso modifica la mentalidad de la gente”.
Por eso, opina, el lenguaje se convirtió en el centro de la filosofía, porque “surgió la pregunta de ¿qué hace el idioma con nosotros, nos ayuda a entender el mundo o nos desorienta? ¿Es un espejo o una especie de fantasma? Y estos cuatro filósofos trazaron una línea entre qué se puede decir racionalmente y qué sólo se puede mostrar, para qué podemos usar el lenguaje y para qué no. Una línea clave para marcar nuestra relación con el mundo y los demás”.
A vueltas con la misma pregunta
"La gran pregunta de qué es el hombre aún es válida, pero debemos actualizarla con temas como la Inteligencia Artificial o las posibilidades del genoma humano"
Pero volviendo al presente, Eilenberger considera que esa pregunta de “¿qué es el hombre?” todavía es hoy el centro de nuestros problemas filosóficos. "Aún es válida, sin embargo, debemos enfrentarnos a esta pregunta de una forma diferente que hace 100 años, debido, por ejemplo, a los avances en Inteligencia Artificial, ya que los logros cognitivos ya nos son exclusivos del ser humano. Desde ese punto de vista la revolución de la IA nos hace repensarnos a nosotros mismos”. Otro campo de debate para el autor es el de los animales, que no parecen incapaces de realizar nada que no hagamos nosotros, “por lo que la pregunta de qué es el hombre se ve amenazada desde ese frente. Y, por último, conocemos ya el genoma humano y en el futuro seremos capaces de cambiar la esencia de lo que somos. Éstas son áreas muy problemáticas y muy dinámicas que deben centrar la cuestión filosófica de qué es el hombre”, reflexiona.
Cuestiones que deberá abordar la filosofía mirándose en el ejemplo de los cuatro protagonistas del ensayo de Eilenberger. “Ellos representan una idea de la filosofía que deberíamos volver a seguir hoy en día, porque la filosofía no está ahora mismo en una buena situación, ya que la pensamos como algo que sirve para conseguir una carrera”. Y es que el pensador ya no espera nada de la filosofía académica a la que califica de “sórdida. No me sorprendería si en pocos años viéramos algo como una explosión de pensamiento, análoga a la de los años 20, pero mi intuición me dice que será desde fuera del ámbito académico”.