Alfonso Guerra. Foto: Fundación Cajasol

La Esfera de los Libros. Madrid, 2019. 249 páginas. 18,90 €. Ebook: 9,99 €

La reticencia de buena parte de la izquierda española hacia la idea de España es uno de los más intrigantes enigmas de nuestro presente y también una de las raíces de nuestros problemas. No me refiero a la izquierda nacionalista catalana o vasca, sino a todos aquellos a quienes definirse españoles y defender la unidad de España les parece facha. Es un enigma porque ello no ocurre en otros países ni solía ocurrir en España y es un problema porque dificulta el consenso de los partidos españoles frente a desafíos como el del nacionalismo catalán. Por ello resulta esperanzador que una figura tan significativa de la izquierda como es Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) proclame que cree en España y cree en el consenso entre los españoles que fundó nuestra democracia con la Constitución de 1978.



Al leer las páginas de La España en la que creo se siente la tentación de preguntarse por qué resulta tan estimulante que alguien diga cosas que pudieran parecer obvias. La explicación está en que buena parte de nuestra izquierda vive en un mundo al revés. En palabras de Guerra: "defender los derechos históricos se considera un signo de progreso, reclamar que los titulares de los derechos son las personas, no los territorios, y que la voluntad de los ciudadanos no puede ser rehén subordinado a la historia, como un ejemplo de centralismo conservador". Por supuesto, Guerra se refiere a los supuestos derechos históricos de determinadas comunidades autónomas, no a la tradición histórica de España en su conjunto. La "izquierda oficial", en palabras de Francesc de Carreras, se muestra indecisa en la defensa de la unidad de España, es decir, de la igualdad entre los españoles, porque está confusa y desorientada ante las reivindicaciones nacionalistas.



Guerra denuncia con lucidez algo a lo que casi nadie se atreve a referirse: si el independentismo catalán hubiera triunfado, el peligro del separatismo se plantearía en otras comunidades autónomas. Los españoles, sin embargo, tendemos a mirar hacia otro lado. Como escribe Guerra, lo más alarmante en estos últimos años ha sido la tibia reacción de la sociedad española frente a las falsedades propagadas por los nacionalistas. A ello ha contribuido la aparición del que Guerra denomina "nacionalismo de igualdad", es decir, la tendencia de los políticos de muchos territorios a defender que su comunidad autónoma no puede tener ni menos competencias ni menos identidad nacional diferenciada que ninguna otra.



Resulta esperanzador que una figura tan significativa de la izquierda como Guerra proclame que cree en España

Guerra, como muchos otros españoles, está convencido de que el discurso de Felipe VI que fue televisado el 3 de octubre de 2017 contribuyó mucho a que el Estado frenara la conspiración para la rebelión de los nacionalistas catalanes. Ello ha engendrado un odio al Jefe del Estado por parte de estos, frente al que el gobierno del presidente Sánchez no ha reaccionado lo suficiente. Y a la campaña contra el rey se han sumado Podemos e Izquierda Unida, con el propósito poco disimulado de atacar a la estructura institucional de la Constitución de 1978. Una constitución que Guerra cree necesario reformar, pero no para satisfacer los deseos de quienes quieren acabar con la unidad de España, sino más bien para definir con claridad la estructura del Estado autonómico.



La Constitución de 1978 fue aprobada por el 92% de los diputados y el 94% de los senadores, nacionalistas catalanes incluidos, y ratificada en referéndum con el 87% de los votos en el conjunto de España y el 91% en Cataluña. Hoy no sería posible un consenso semejante para su reforma, pero Guerra recuerda que bastaría el acuerdo entre los partidos que quieren mejorarla, no destruirla, es decir, el Partido Socialista, el Partido Popular y Ciudadanos.



No parece, sin embargo, que haya hoy posibilidades de ese acuerdo. En la presentación de su Manual de resistencia (Península, 2019) Pedro Sánchez se ha referido a los veteranos líderes del PSOE que le han criticado como representantes de una sociedad española que ya no existe. Al parecer los mayores de sesenta años para él no cuentan ni votan. No se pueden negar a nuestro presidente virtudes como la juventud, la tenacidad y la excelente opinión de sí mismo, pero cabe dudar de que su libro vaya a reportar más réditos electorales que motivos de chanza. Él dice que se trata de su verdad, pero hay que recordarle los versos de Machado: "¿Tu verdad? No, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela."