Dice Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) que la cumbre del clima que se está celebrando estos días en Madrid es una muestra de que “los problemas mundiales requieren soluciones mundiales”. Casi a la par que el cambio climático, uno de los problemas más urgentes de la humanidad es la desigualdad (para Jared Diamond son, respectivamente, el segundo y el cuarto de los más acuciantes). A esta lacra planetaria le dedica Piketty una vez más su último libro, Capital e ideología (Deusto), en el que asegura que “la desigualdad no es económica o tecnológica, sino ideológica y política”.

El rockstar de la economía, como lo definió The Guardian, aterrizó este miércoles en la capital española con una hora de retraso y con un buen puñado de ideas para combatir la desigualdad —al menos en el plano teórico—, contenidas en el libro que ha presentado en la sede del Institut Français, adonde ha llegado directo desde el aeropuerto.

El autor considera esta nueva obra, de 1.200 páginas, “una prolongación” de aquella que lo convirtió en uno de los economistas más reconocidos y citados de nuestro tiempo: El capital en el siglo XXI (2013), de la que se vendieron dos millones de ejemplares en todo el mundo. Si en aquella se remontó 250 años para demostrar la existencia de una concentración constante del aumento de la riqueza que no se autocorrige y que aumenta la desigualdad económica, en Capital e ideología aumenta su marco temporal y las fuentes consultadas, ya que gracias al estrellato se le han abierto muchas puertas —en archivos de numerosos países— que antes estaban cerradas.

Además del repaso histórico, Piketty aporta varias ideas para corregir la desigualdad hoy. El objetivo general sería “superar el capitalismo y la propiedad privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y en el federalismo social”, algo que se conseguiría con medidas atrevidas, tanto políticas como fiscales. Entre ellas, hacer que las instituciones supranacionales como la Unión Europea sean más democráticas —de hecho Piketty publicó hace un año un manifiesto para la democratización de la UE que firmó un centenar de intelectuales— y se comprometan más a hacer frente a las consecuencias de la globalización, que a su parecer es fuente de riqueza pero también de desigualdad. En el plano empresarial, propone que los trabajadores sean parte activa en la toma de decisiones y para ello deben reformularse los órganos de gobierno corporativos. 

En materia fiscal, donde Piketty suele levantar más ampollas, propone redistribuir la riqueza eliminando impuestos indirectos —salvo algunos, como el del carbono— e instaurando una fiscalidad directa fuertemente progresiva, de modo que las rentas altas paguen un porcentaje mucho mayor que las bajas y sean la fuente principal de financiación del gasto público en educación, sanidad o pensiones. También aumentaría los impuestos sobre el patrimonio y el de sucesiones y donaciones las herencias, para garantizar que el capital circule y no se concentre siempre en las mismas manos.

“Se trata de un libro fácil de leer, ya que no utilizo un lenguaje técnico. No requiere conocimientos de economía porque se lee como un libro de historia”, afirma el autor para animar a su lectura. “Además, se puede leer con calma, ya que los temas que trata van a ser muy relevantes en los próximos meses”. También apunta que se trata de un libro optimista: aunque sus cálculos e investigaciones demuestran que la desigualdad ha aumentado desde los años 80 y 90 (los de la era Reagan y Thatcher), cuando se desreguló la economía y la caída del muro de Berlín provocó una “euforia anticomunista” que benefició al “hipercapitalismo”, si alejamos el foco podemos ver que la desigualdad en países como España, Francia o Alemania “es mucho menor que hace un siglo”.

“Una de las razones por las que el descenso de la desigualdad se detuvo en los 80, cuando Reagan redujo la fiscalidad progresiva, pensando que haciendo eso habría un aumento de la innovación y del crecimiento, pero 30 años después podemos ver que no funcionó muy buen, particularmente en los Estados Unidos y el Reino Unido”, señala Piketty. “En esos países hay una agitación política en dos direcciones: una que va hacia el nacionalismo, para responder a la frustración económica de gran parte de la población; y otra más hacia el socialismo, que aboga por una mayor redistribución de la riqueza, más inversión pública en educación, algo muy importante en la discusión política”. En segundo lugar, en los 80 se produjo “una libre circulación del capital excesiva” y “una desregulación fiscal que ha ido demasiado lejos”.

Una de las ventajas de la perspectiva histórico-económica es, dice Piketty, que gracias a ella podemos saber, por ejemplo, que “en épocas anteriores ha habido países con una deuda equivalente al 200 e incluso el 300 % de su PIB, lo que demuestra que puede salirse de una situación así” (la de España es actualmente del 98,9 %). El autor francés considera que tanto su país como Alemania han “tratado mal” a los países del sur de Europa como el nuestro, Italia o Grecia en la gestión de la deuda. “Las políticas de austeridad han sido excesivas y nefastas para Europa”, señala.

Como es imposible que todos los países del mundo se pongan de acuerdo para tomar medidas conjuntas en la lucha contra la desigualdad, Piketty propone que se unan varios países de la UE (no hace falta que estén los 28) para crear asambleas supranacionales y políticas fiscales comunes. En esta consecución de políticas supranacionales juegan en contra el auge de los nacionalismos, como el que ha llevado a la salida del Reino Unido de Europa. “El fallo de la Unión Europea es el fallo del mundo, porque la UE es el laboratorio de la globalización. Todos somos responsables del Brexit”.

Cataluña

Piketty tampoco elude en su libro la cuestión del independentismo catalán: “La autonomía fiscal desempeña un papel central en el caso catalán, sobre todo tratándose de una región  notablemente más rica que la media española. Es natural pensar que los contribuyentes más acomodados se sientan especialmente exasperados por la idea de que sus impuestos, en parte, sean destinados a otras regiones. Al contrario, las categorías modestas y medias son quizá un poco más sensibles a las virtudes de la solidaridad fiscal y social. Desde este punto de vista, es importante destacar que las normas españolas de descentralización fiscal hacen de España uno los países más descentralizados del mundo, incluido cuando se compara con Estados federales mucho más grandes”.

No obstante, Piketty reconoce que los movimientos independentistas no solo pivotan en torno a la fiscalidad, sino que intervienen cuestiones de índole cultural e ideológica que hacen del problema algo muy complejo. Así, entiende que la izquierda independentista catalana considera que un Estado catalán podría desembarazarse de la monarquía y probar “nuevos experimentos sociales”, aunque “es probable que, en el marco de un eventual Estado catalán, esas fuerzas se viesen desbordadas y dominadas por parte del movimiento liberal-conservador orientado a promover un modelo de desarrollo muy diferente (de tipo paraíso fiscal)”.

@fdquijano