“Al principio fue un corte radical. Pensé que no tenía sentido nada de lo que estaba escribiendo y me quedé bloqueado. Con el tiempo, uno acaba acostumbrándose incluso a lo más excepcional y las cosas se resitúan”. Esto nos contaba hace unos meses Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) en un reportaje sobre escribir en confinamiento. Uno de esos textos en los que estaba trabajando era este breve y luminoso ensayo sobre la siesta, ese pequeño placer culpable que a lo largo de la historia ha sido asociada con la pereza y la ociosidad, pecados capitales en este mundo moderno tiranizado por la productividad.
Fue quizá la experiencia de este momento extraño de ausencias, incertidumbres y fragilidades que todos hemos compartido lo que dio forma definitiva a su idea y la llevó hacia los derroteros que apunta el subtítulo: Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo. “Me di cuenta”, confiesa en el revelador prólogo, “de que estas tres cuestiones resonaban de modo especial en el estado de excepción en que vivimos”.
Entre citas y recuerdos, Hernández reivindica la siesta como "un refugio, una interrupción necesaria hoy en día"
Así, El don de la siesta, a medio camino entre el ensayo y la memoria, defiende esta práctica como un arte de la interrupción, como intervalo necesario para sustraernos del ritmo frenético de hoy. Pero también lo hace como reencuentro con nuestra propia biología, con nuestro cuerpo, y, por último, como refugio y trinchera, como medio de abstraernos, con una fe y una ingenuidad casi infantiles, de la en ocasiones, especialmente últimamente, absurda e intimidante realidad.
Entre eclécticas y pertinentes citas —de Zizek a Ottessa Moshfegh, de Tokarczuk a Darian Leader, pasando por García Márquez, Byung-Chul Han o Vila-Matas—, entre recuerdos personales y ejemplos célebres como las ultracortas siestas de Dalí o las de “pijama, Padrenuestro y orinal” de Cela, Hernández dibuja el milagro creativo y vital de la siesta. Una reivindicación del valor de algo inmaterial y accesible para todos, algo que en momentos como estos, si no siempre, “es un regalo, un don, un refugio, una interrupción, un instante leve de felicidad en medio de la tormenta”.