Si hubo un filósofo que destacara la importancia de la dimensión pulsional del ser humano antes de la llegada del psicoanálisis y su colonización del territorio del inconsciente, ése fue Nietzsche. La fama cada vez más extendida del pensador del eterno retorno en las primeras décadas del siglo veinte y el auge de esta nueva rama de la psicoterapia hacían presagiar un fructífero encuentro entre sus ideas. Pero Freud, celoso de su originalidad, sabedor de cuánto había anticipado Nietzsche algunas de sus intuiciones más célebres sobre el trasfondo de la personalidad, la moral y la cultura, evitó siempre el acercamiento.
Fue su heterodoxo discípulo, el suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), quien abordó este diálogo en su etapa de madurez, una vez emancipado del dogma freudiano y con su propia escuela de psicología analítica –la psicología profunda– fundada y en plena actividad. Jung se había sentido atraído por las deslumbrantes observaciones del filósofo durante sus años de estudiante de medicina en Basilea, en la misma universidad en la que éste había impartido clase. En los legendarios seminarios que desde 1930 celebró semanalmente en el Club psicológico de Zúrich ante una selecta audiencia de estudiantes y analistas, aceptó, pues, con agrado la propuesta de ocuparse de su obra más inclasificable, Así habló Zaratustra. Lo hizo durante once trimestres consecutivos, de mayo de 1934 a febrero de 1939, prueba evidente del extraordinario interés que este “libro para todos y para nadie” despertaba en él y en su círculo. Gracias al registro de las charlas contamos con todo ese rico material, publicado en lengua inglesa en 1988 y ahora editado al completo en castellano, en dos espléndidos volúmenes.
La extrañeza que pudiera suscitar una dedicación tan amplia a un filósofo en un seminario especializado para adeptos a la psicología se deshace en seguida, al comprobar cómo Nietzsche sirve a Jung de catalizador para su controversia con Freud. Jung sospechaba que el énfasis freudiano en el eros, en detrimento de la pulsión de dominio, era un intento larvado de distanciarse del pensador de la voluntad de poder. Así que aprovecha aquí este contraste implícito para presentar su propia postura como una superación de lo que no serían sino dos versiones parciales de la libido, en busca de su “misteriosa conjunción”.
Estas páginas permiten recorrer la riqueza de intereses de Jung, que enlazaba sus exploraciones de la psique con la magia
De ese modo va desgranando diferentes pasajes del Zaratustra, constatando su sintonía con la inquietud espiritual que motivó en Nietzsche la idea del superhombre, pero protestando por su reducción materialista de lo psicológico y señalando los límites que la neurosis impuso a sus geniales visiones, entre las que divisa un anuncio profético del presente. En los animales de Zaratustra, en muchos de sus personajes descubre además figuras arquetípicas que refuerzan su idea del inconsciente colectivo. Y en la caracterización nietzscheana del “Sí-mismo” (Selbst) halla una comprensión del yo que anticipa aspectos de su propia concepción de la psique. Pero lo numinoso, sea amor o poder, es algo más que biología y éxtasis dionisíaco.
Sin sentirse identificado con ninguna religión, Jung piensa que hay una dimensión inexplicable en lo real, simbolizada por los mitos, latente en los estratos profundos del psiquismo humano, que los maestros de la sospecha desatienden. Y no deja de convocarla a lo largo de sus disquisiciones. A la vez, el presagio inminente de la guerra confiere a estos seminarios la condición de un diagnóstico de la época: deshechos en polaridades inconciliables, eros y thánatos libran una batalla que sólo puede resolverse en fracaso mutuo. Jung, entretanto, critica la apropiación ideológica de viejas simbologías ––de Wotan a la esvástica–– puestas al servicio de las fuerzas irracionales del momento.
Naturalmente, en un conjunto de sesiones que ocupan un lapso temporal tan dilatado, Nietzsche y su Zaratustra son a menudo un pretexto para tratar los más diversos asuntos. Así, estas páginas permiten recorrer la riqueza de intereses de Jung, quien, dotado de un amplio bagaje humanístico y una curiosidad inagotable, nunca tuvo dificultad en enlazar sus exploraciones de la psique con la mitología, el esoterismo, el estudio comparado de las religiones, el arte o la magia. El tono distendido de las charlas, con frecuentes intervenciones del resto de asistentes, brinda además una imagen cercana y dinámica de este singular encuentro entre dos referentes fundamentales de la cultura moderna, haciendo aún más atractiva su lectura.