“Dejarse arrastrar por ‘la corriente’ es dejarse llevar por ‘lo corriente’ y —si me permite un tono irónico español y muy unamuniano— es también acabar acomodado en ‘lo corriente y lo moliente’”. Lúcido e irónico, erudito e insumiso, Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) escribe desde hace décadas posicionado en la frontera de nuestra época y sus dogmas. Desde ahí logra una mirada única de libertad y acracia que rehúye muchas de las esclavitudes del mundo actual a la vez que nos acerca a realidades antiguas que parecen casi extintas.
Esta es la tónica que despliegan los ensayos reunidos bajo el revelador título de El derecho a disentir (Acantilado), que, como explica el escritor, nacen de “medio siglo de mantener conmigo mismo una correspondencia un poco impertinente. En esas epístolas me desahogaba, sintiéndome libre e independiente, lejos de familias, localismos, tribus y tópicos. A esta manera de pensar crítica e indócil llamó Nietzsche ‘intempestiva’”, continúa Wiesenthal, “y otros de mis maestros, como Montaigne o Goethe convirtieron esa forma de vivir y escribir en un juego más apasionante y gozoso, que consiste en saborearlo todo, vivirlo todo, valorarlo todo, bendecir el pan, y dejar la paja para los que necesiten ese alimento”.
Pregunta. En su ascendencia, reflejo del continente, se mezclan músicos judíos, impresores alemanes, catedráticos españoles… ¿Hemos olvidado en los últimos años la conciencia cultural común que fue Europa durante siglos?
Respuesta. Nací en este mestizaje y me eduqué entre amigos y familiares, en escuelas, en estudios y en talleres donde hablábamos diferentes idiomas, compartiendo sin embargo la misma mesa y brindando con los mismos vinos. Ahora hay muchos que, haciéndose llamar europeos por conveniencia, no se sienten a gusto en la mesa común. Disimulan y siguen brindando con vivas estentóreos, pero es fácil adivinar que en su gesto aparentemente convivencial y pacífico están deseando levantarse del convite. Está claro que algunos ya tienen claro que la mejor manera de volver a los señores feudales, a los barones y a las tribus es acabar con Europa. Y no crea que soy un entusiasta de los burócratas que nos gobiernan. Pero no olvido que “todavía”, con sistemas que serían muy mejorables, somos nosotros los que elegimos a nuestros gobernantes y tenemos el privilegio de construir nuestros pactos sociales.
Una inquisición laica
P. El título del libro es explícito. ¿Considera, como dice Gianni Vattimo, que actualmente vivimos en Occidente en la “sociedad de la administración”, una sociedad de pensamiento único donde es imposible la divergencia?
R. Si en la “administración” incluimos el “despilfarro” acepto esa visión de nuestra decadencia. Nunca se ha malgastado tanto ni con apetitos tan ridículos y miserables. Los europeos estamos tan empeñados en nuestra ruina que incluso metemos la mano en la “bolsa de la memoria” para falsificar las monedas. Así la Inquisición, que era una maquinaria de robo ha creado una “Inquisición Laica” (ya la conocimos bien en los imperios fascistas, nazis y comunistas) que se atreve incluso a robar lo “espiritual” o lo “moral”. Roban al César lo que es del César, pero a también a Dios lo que es de Dios. El combate está servido y la lucha es excitante porque es vida, y tiene un horizonte de libertad, de humanismo, de convicción civilizada y de justicia.
P. Reflexiona en estas páginas sobre el concepto de patria, fuente aún hoy de innumerables conflictos. ¿Algún día veremos el fin del nacionalismo de cualquier signo?
R. La palabra “patria” no tiene ningún significado perverso, los nacionalistas son los que la profanan dándole versiones racistas, excluyentes o insultantes. Sobre todo, porque los que “viven de la patria” son como aquellos capaces de arruinar a su madre para quedarse la finca y la herencia. Nunca dejarán de existir esos aprovechados. Lo que ocurre es que, para meter mano en el bolso de su madre, buscan un eufemismo y la llaman “Estado”.
"Los europeos estamos tan empeñados en nuestra ruina que incluso metemos la mano en la “bolsa de la memoria” para falsificar las monedas"
P. Se infiere de sus escritos que mucho de lo que lograron el Renacimiento y la Ilustración se pervirtió tras la Revolución francesa, donde nació el Estado moderno. ¿Cómo afectó a la humanidad este hecho?
R. Al día siguiente de decapitar al rey (recordemos que no asesinaron al monarca absolutista sino a un pobre descendiente suyo que arreglaba relojes), el Estado Moderno se manchó las manos con la sangre del Terror. Los reyes antiguos tenían espadas y ejércitos con pólvora. Los Estados Modernos disponen hoy de armas más peligrosas, y tanto más ofensivas cuanto más bárbaro, inhumano y ridículo es su poder. La democracia es lo único que puede justificar al Estado, y en la medida en que este orden social se va poniendo en cuestión y al tiempo que decae el espíritu socialista que defendió con indiscutible valor ese pacto constitucional, la fuerza del Estado se convierte en un peligro. El Estado es, o debería ser, una institución de orden, de gestión, de justicia y de defensa. Y no siempre es así
Turismo asilvestrado
P. Como experto viajero, reclama en estos textos un viajar pausado, moroso, al estilo de Montaigne y Goethe, que se fije más en los lugares y las culturas que en los monumentos. ¿Es algo imposible en este hoy del turismo masivo y voraz?
R. El turismo asilvestrado que algunos practican hoy acabará cuando se devoren entre ellos, confundiéndose en el tumulto de un botellón o un buffet. Quiera Dios que no hayan acabado para entonces con lugares y culturas que son santuarios sagrados del deleite, la convivencia y el espíritu. Tenemos que amparar y defender los sitios, los hoteles, los comedores y los lugares que son nuestra mejor universidad de vida. Me parece que al definir nuestra vocación “ecológica” estamos dejándonos arrastrar por una versión tendenciosa del término, como si el “oikos” (la casa) fuesen sólo la selva o los mares. Nuestro hogar está lleno de obras “humanas”: creaciones del espíritu y de la cultura, que son tan dignas de protección como el hábitat de un animal desprotegido.
“Nuestro hogar está lleno de 'obras humanas' que son tan dignas de protección como el hábitat de un animal desprotegido”
Y es que Wiesenthal, cosmopolita confeso y aventurero infatigable, afirma sentirse un exiliado en su época, sentir que no encaja en muchos de los elementos que conforman el mundo actual. No obstante, asegura no ser “nostálgico de ningún tiempo pasado. Alabo y admiro los momentos felices de la historia en que el humanismo (los descubrimientos, la curiosidad, el saber, el progreso técnico o científico) le ganó la partida a la barbarie”, reconoce. “Sólo la cultura, si está ajustada a razón, a belleza, a memoria fiel, a olvido tolerante, a justicia social y a sabiduría humana, me da fe y esperanza”.
Individuos responsables
P. Achaca a la sociedad de la “comodidad y la abundancia” haber renunciado a cuestiones como la laboriosidad y el sacrificio. ¿En qué se nota su falta y por qué son capitales?
R. Todo pacto social fértil y prometedor comienza con el trabajo. El que no aporta nada a la sociedad no puede reclamar nada en justicia, salvando lo que le corresponda valorar y estimar a la “justicia social”. Y quien necesita ayuda, caridad, debe merecerlo también, después de demostrarlo cumplidamente para que no haya agravios ni se altere el orden social de merecimientos.
P. También alude al infantilizado y egoísta individualismo actual, que pervirtió el concepto renacentista ¿Qué significado le damos hoy y por qué es errado?
“Todo pacto social empieza con el trabajo, el que no aporta nada no puede reclamar nada en justicia salvo caridad”
R. Me siento escandalizado cada vez que se utiliza el eufemismo “pueblo” para referirse a un conjunto de ciudadanos o de seres humanos que tienen su propio nombre y su propia libertad. Detesto todo aquello que facilita y favorece la “impunidad” y la “irresponsabilidad”. Los pueblos somos responsables de nuestros errores y nuestros crímenes, porque no somos una masa ni un rebaño, sino una reunión de seres humanos, cada uno con nuestro nombre, nuestra raza, nuestra libertad responsable de fe, de ideas, de palabra y de sexo. Los que presumen de “ser el pueblo” son peores que los que ayer dijeron “El Estado soy yo”.
P. Todas estas carencias o desvíos que diagnostica nos llevan siempre a la solución de más humanismo o más cultura, pero estos saberes, la filosofía, la música, el arte, la poesía..… atraviesan una época difícil. ¿Cómo se puede revertir esto, es pesimista el futuro de la cultura en la sociedad?
R. Sintiéndolo mucho, no puedo tener una visión optimista, conociendo lo que es la historia y hasta dónde llegan hoy los abusos que los bárbaros cometen contra los seres que a ellos les parecen más indefensos. Pero, afortunadamente, los seres humanos acaban reclamando su derecho a la vida, y lo hacen incluso cuando hay que defenderlos con la propia vida.
La academia de los clásicos
En este sentido, Wisenthal, que reitera su deseo de vivir en el presente y no en el pasado, sí alaba ese cordón umbilical de sapiencia que ha trascendido los siglos y que es tan legítimo y actual hoy como hace siglos. “Los clásicos se llaman así porque están ‘liberados’ de la cárcel de su tiempo. Se indultaron ellos solos, al buscar un camino estrecho, por donde no caían los aludes ni los aluviones que se llevaron a los que seguían el sendero fácil de las vacas. Por eso podemos seguirlos todavía sin riesgo”, defiende.
“En mi siglo, ha habido demasiados fundadores de escuelas y estilos. Detesto esa forma de romper con todo desde la ignorancia, sólo favorece a los impostores"
“En mi siglo, ha habido demasiados ‘fundadores de escuelas y estilos’, todos muy pretenciosos y revolucionarios. Detesto esa forma de romper para empezar de nuevo, desde la ignorancia, que sólo favorece a los impostores”, opina Wiesenthal, para quien "seguir a un indiscutible genio rupturista, moderno y revolucionario supone siempre acabar plagiándolo. Todos los cubistas se parecen a Picasso y todos los dadaístas acaban hablando como Marinetti”. A juicio del autor, “es más modesto inscribirse en la academia de los clásicos humanistas: pues esa escuela permite seguir siendo original, buscarse a uno mismo, y enseña a hacer obras muy interesantes”.
P. En un momento alude a este libro como “una canción de adiós”. ¿Es posible dejar de escribir? ¿Se lo plantea?
R. No lo sé, pero cuando veo lo que me rodea, como cuando se avecina una tormenta, pienso que sería mejor abrir el paraguas y marcharse cantando bajo la lluvia. Es difícil dejar de escribir para un escritor. Acabo de decir esto y ya se me ocurre un nuevo título: To be or not to be, to do is to be, Dobedobedo…