Original fue la propuesta que hizo a varios colegas Jordi Canal, profesor de la École des hautes études en sciences sociales de París: repasar la historia política de España a través de los colores. Como demuestra el enjundioso trabajo que ahora lanza la editorial Prensas de la Universidad de Zaragoza bajo el título Los colores de la política en la España contemporánea, la cuestión cromática fue ya desde el siglo XIX, cuando a los liberales se les insultaba llamándoles ‘negros’, ha sido muy útil para ubicarse en el debate público. Hoy, con la eclosión de la mercadotecnia en las estrategias de los partidos, la elección cromática ha devenido en un aspecto esencial para abrirse un espacio en la gresca política nuestra de cada día.
A las tonalidades tradicionales (rojo-izquierda, azul-derecha) se han ido sumando otras nuevas a golpe de surgimiento de nuevos partidos: el morado de Podemos, el naranja de Ciudadanos… Movimientos sociales del calado del feminismo (más morado) y del independentismo catalán (amarillo, en su día, por cierto, asociado a los cobardes y deshonestos) han enriquecido la paleta. Los historiadores que recogieron el guante de Canal, coordinador de esta obra colectiva, para diseccionar las raíces ideológicas e historiográficas de este arcoíris ideológico fuero: Pedro Rújula, Enric Ucelay da Cal, Eduardo González Calleja, Javier Moreno Luzón, Xoxé M. Núñez Xeixas, Tomás Pérez Viejo, Mónica Moreno Seco, Fernando Martínez López y Alfons Jiménez. Canal, por su parte, abre el libro con una extensa introducción.
Pregunta. ¿Cómo se le ocurre esta curiosa aproximación a la historia política de España?
Respuesta. Forma parte de la tarea del historiador estar permanentemente a la búsqueda de nuevas maneras de acercarse al pasado con la voluntad de comprenderlo mejor. Los colores inundan la política. Han estado y siguen estando en todas partes (carteles, simbología, banderas, marcas partidistas o electorales, lenguaje, vestimenta, etc.). Era necesario ver los colores como objeto de historia, esto es, como algo importante para los hombres y mujeres del pasado y, también, del presente, y como un tema que, tratado con rigor y criterio, podía aportar elementos de conocimiento complejo.
Título: Los colores de la política en la España contemporánea
Autor: Jordi Canal
Editorial: Marcial Pons Historia / Prensas de la Universidad de Zaragoza
Año de edición: 2022
Disponible en Prensas de la Universidad de Zaragoza
Disponible en Unebook
P. Parece además una lectura muy pertinente en tanto en cuanto la RAE recoge el sentido político que puede tener la palabra ‘color’ (frecuentemente empleado, por otra parte).
R. La RAE recoge la acepción de color en sentido político –ser de un color u otro, tener un determinado color- en la edición del diccionario de 1869. Sabemos, sin embargo, que las incorporaciones al diccionario son siempre tardías con respecto a su uso público. Color, en el sentido político, se usa en España sobre todo desde los años 1820. No puede sorprender. El Trienio liberal de 1820-1823 fue un gran laboratorio por lo que al nuevo vocabulario de la política se refiere. Hoy se usa el término con gran frecuencia: desde hablar de un Gobierno de un solo color o coaliciones multicolor hasta hablar de los naranjas (Ciudadanos) o los morados (Podemos) y, como en el siglo XX, de los rojos.
P. Dice que un color es, por encima de todo, una idea. ¿Hasta qué punto cree que es fundamental para hacer calar un mensaje político concreto su asociación a un color?
R. Aquí hay que distinguir tiempos y culturas. En algunos países con altas tasas de analfabetismo puede ser un signo de identificación útil para el voto, por ejemplo. En la política española de hoy –y la occidental en general- el color puede acompañar al mensaje político o puede ser el mensaje. Ya no concebimos la vida política y los mensajes sin la mercadotecnia, el marketing y los asesores en comunicación política.
Cuando nacieron nuevas formaciones políticas en España en el siglo XXI, todas buscaron rápidamente su color entre los disponibles (el rojo y el azul ya estaban ocupados): el magenta de UPyD, el naranja de Ciudadanos, el morado de Podemos, el verde de Vox, el amarillo procesista catalán. También puede ocurrir que el color sea una manera de marcar negativamente al otro e, incluso, insultarlo: los realistas y los carlistas del siglo XIX llamaban negros a sus oponentes y enemigos liberales (no eran puros, estaban contaminados de liberalismo, tenían el alma negra), y ya conocemos el uso que el Franquismo hizo de la denominación rojos.
P. De hecho, podría decirse que el más emblemático e indubitado es precisamente este último color, identificativo del comunismo, ¿no? El más troquelado en el inconsciente colectivo.
R. Ciertamente. Aunque las evoluciones en el tiempo han introducido matices en los tonos del rojo. Pero el peso del movimiento obrero y de la Revolución rusa fueron determinantes. No solamente han usado el rojo los comunistas. También los socialistas. En este último caso resulta interesante constatar, tanto en España como en Francia por ejemplo, entre finales del siglo XX y el momento presente, que el rojo de la rosa ya no es un rojo intenso sino mucho más claro, lo que de alguna manera ha acompañado la evolución del socialismo a la socialdemocracia. Pero con los colores no se puede generalizar nunca. Si no, la corbata escoba roja de Trump no resultaría comprensible. A diferencia de en los países de Europa occidental, en Estados Unidos el rojo es el color de los republicanos y no de los demócratas.
[Jordi Canal publica un apasionado ensayo en el que recorre la obra de Élmer Mendoza]
P. Por cierto, ahora me viene a la mente una frase célebre de Carrillo: “No hay color morado que merezca una guerra”. Lo decía para justificar el acatamiento de la rojigualda por parte del PCE en los tiempos de la Transición. Qué importancia puede llegar a tener un color en la historia, ¿no?
R. Aquí regresamos al color como idea. Se defienden unos colores (en el fútbol y en la política) y por un color se sacrifican muchas cosas, se lucha y a veces, desgraciadamente, se llega a matar. En la frase el morado es una idea, incluso podría decirse que una visión del mundo. El morado en la Transición es la representación de un pasado que hay que dejar pasar para ser capaces de construir un presente y un futuro. Recuperar la rojigualda era un acto, como sabía el PCE, de reconciliación. El morado simbolizaba entonces la división fratricida. Los colores de la rojigualda debían ser los colores de una España que miraba hacia adelante y que ponía en primer plano la consolidación de la democracia frente a la dictadura y la modernización.
No es nada, en cualquier caso, excepcionalmente hispánico. Hay ejemplos de este tipo en todos los países. En Francia, el siglo XIX es interpretable a partir del conflicto entre bandera tricolor (o sea aceptar los efectos de la Revolución francesa) y bandera blanca (contrarrevolucionaria). La primera no se impone hasta los años 1880 con la Tercera República.
P. Precisamente, fue el morado el color escogido por Podemos. ¿Qué les empujó a esta elección que tiñe al partido de feminismo, aparte de vincularlo con la II República?
R. Entre los colores disponibles era el que mejor podía simbolizar su novedad. Tiñe de feminismo el partido, pero también de republicanismo y de anti-monarquía. Esa elección podría interpretarse como un subterfugio, una manera de evitar su color natural, el rojo, que podía identificarles en exceso con un ideario político que suscita muchos recelos y animadversiones. El rojo ya estaba ocupado y no iba a permitir un mensaje claro. Además, era el color de partidos supuestamente viejos y ellos apostaban por eso que llamaban entonces “nueva política” (que ya hemos acabado viendo que era bastante viejuna). El rojo era de socialistas y comunistas. El morado, que, no se olvide, puede ser una de las mezclas que permite el rojo al combinarse con otros colores, acercaba a Podemos al feminismo y el republicanismo sin renunciar del todo al rojo clásico de la izquierda. Evidentemente, en el fondo se encontraba la recuperación mítica de la Segunda República.
P. El morado es un color ‘complejo’ porque es muy representativo de la pasión semanasantera pero acaba siendo emblema de la República por los comuneros, vistos como luchadores por la libertad. ¿Qué hay detrás de todos estos equívocos aparentes?
R. Hay que entender siempre el color en sus contextos y en sus oposiciones. El color y sus significados cambian con el tiempo y circulan. Las resignificaciones son constantes. No está nada claro que el morado fuera el color de los comuneros. Aquel supuesto morado, ¿no era más bien un rojo desvaído y descolorido? La estabilidad de los colores en el pasado no es algo evidente. Aquí entraríamos en el tema de la química y la fabricación de los colores, perfeccionada a partir del siglo XVIII. El morado comunero como base del republicanismo contemporáneo es una construcción cultural y política, que se ha acabado por imponer. Y que comparte color con la Iglesia y lo religioso sin demasiado conflicto.
P. ¿Hay algún otro equívoco en la paleta cromática de la política nacional que sea interesante reseñar?
R. Por ejemplo, en el siglo XIX los anticlericales representaban a los clericales como negros y los llamaban, como insulto, cuervos o arañas negras. La araña negra es una novela de Blasco Ibáñez. Era algo frecuente en toda Europa y América y tenía que ver con las sotanas y el supuesto oscurantismo eclesiástico. Y, en especial, con los jesuitas, que, como se sabe, están popularmente presididos por el llamado Papa negro. Pero, al mismo tiempo, los realistas y carlistas llamaban también negros a los liberales. Y ambas denominaciones y caracterizaciones convivieron durante mucho tiempo.
P. El naranja de Ciudadanos sí es un color nuevo en nuestra historia política. ¿Qué aporta a nuestra tradición política?
R. Es una novedad en la cromopolítica española. Sintetiza bien los dos colores de la bandera española y también de la catalana. Y era un color no identificado y, al mismo tiempo, un color apreciado por ser visto como fresco y amable. Desde hace muchísimas décadas, el color preferido por los españoles y los europeos en general es el azul. Pero el naranja ha ganado muchos enteros en el siglo XXI.
P. Luego está el amarillo independentista. Cada causa, un color. ¿Qué consejo, así, en general, daría para la selección de un color con fines políticos? ¿Que se estudie bien la historia primero?
R. El amarillo era hasta el siglo XX –y en algunos países como Estados Unidos sigue siendo parcialmente- el color de los cobardes y de los traidores. A Judas se le vestía de amarillo en muchas representaciones. A finales del siglo XIX y principios del XX se habla todavía negativamente de prensa amarilla o de sindicatos amarillos. En cambio, desde la segunda mitad del siglo XX es el color de los liberales. Piénsese en el PRO argentino de Macri o en las corbatas amarillas que llevaba la derecha española en los años 1990 como guiño a su giro al centro.
El amarillo se resignificó. Sigue el siendo el color de muchos lazos de solidaridad con algunas enfermedades. Y en 2017 se lo apropiaron y reinventaron como color los indepes en Cataluña. Y le inventaron una historia, un relato. Ahora dicen ya que siempre ha sido el color de los patriotas catalanes. Pero eso lo sacaron a posteriori y con lo que Hobsbawm llamaba invención de la tradición. La verdad es que escogieron el amarillo un día de octubre de 2017 ya que era el único color no altamente significado políticamente y con lazo disponible para mandar a través de WhatsApp y las redes. Hay que distinguir entre historia y memoria y entre historia y mito. Es lo que deberíamos intentar los historiadores.
P. Es curioso también como determinados colores tienen una connotación opuesta según el país de que se trate. El negro, como decía, se asociaba al liberalismo en España mientras que en Italia es, por antonomasia, el color del fascismo. ¿Qué le parece esta circunstancia contradictoria?
R. Esas contradicciones son solo supuestamente contradictorias. El color no es algo natural, sino una construcción cultural y social. El color solamente es color cuando lo vemos o lo nombramos. Y cada sociedad y cada época otorgan al color significado, que puede ser, por tanto, distinto en función de estos dos elementos. Ya he hablado del rojo socialista y comunista en Occidente y buena parte de Oriente, pero que es el color de los republicanos estadounidenses. El negro del fascismo fue color clerical y liberal en otros momentos, aunque aquí haya que distinguir entre color de identidad y color que se atribuye al otro, al enemigo. Pero el negro es un color también del anarquismo y de grupos anti-sistema. Los fascistas españoles no optaron totalmente por el negro –sí en las banderas- y prefirieron las camisas azul mahón.
La polisemia es evidente en el estudio de la historia de los colores. Encontraríamos muchísimos casos de supuestas contradicciones que, insisto, tienen que ver sobre todo con la condición cambiante de los colores en la política y la sociedad, y con su naturaleza cultural.