“En el pasado –escribió J. G. Ballard– presuponíamos que el mundo exterior era la realidad y el mundo interior de la mente, con sus sueños e ilusiones, el dominio de la fantasía”. Hoy esos papeles se han invertido: la ficción satura los medios de comunicación y cada vez parece más borroso o, cuando menos, barroco, el viejo concepto de “lo real”.
Por otro lado, las imágenes de los medios implican la negación del principio de realidad y su peso. Hemos entrado en una cultura que se edifica cada vez menos ingenuamente sobre verdades visibles, donde la objetividad tiene menos fuerza que la suposición, el medio que el mensaje y el mapa anticipa el territorio.
“Si J. G. Ballard hubiese sido hijo del siglo XXI, no habría escrito, se hubiera limitado a mirar desde su ventana como hizo durante sus últimos años”, escriben los autores de este vibrante ensayo. Cierto, ¿quién, por ejemplo, no se preguntó durante la pandemia, si estábamos viviendo en una novela o relato suyos? Si el siglo XX terminó llamándose “kafkiano”, nuestro siglo debería ya llamarse “ballardiano”.
Esto es, al menos, lo que el lector termina reconociendo tras la lectura de este original ensayo que combina con ingenio la investigación, la psicología, la ficción y la sociología de nuestro malestar cotidiano. En este mundo donde ya no nos sirven Verne ni Orwell ni Huxley, nadie como Ballard para describir “la neurosis colectiva que ha salido de las cabezas para poblar la realidad y la realidad virtual”.
Sin duda, uno de los méritos de Ballard reloaded es el modo fragmentario, discontinuo y “esquizofrénico” en el que la periodista y escritora Beatriz García Guirado (1983) y el también novelista, ensayista e historiador Andreu Navarra (1981) se aproximan al inquietante y anticipatorio mundo ballardiano como lente de aumento de nuestra realidad social.
Si el siglo XX terminó llamándose “kafkiano”, nuestro siglo debería ya llamarse “ballardiano”
Solo un espejo deformado y roto en mil pedazos podría estar a la altura de la extraordinaria capacidad profética de un escritor como él. De ahí que el acercamiento no pudiera limitarse a una simple reconstrucción biográfica del personaje. ¿Cómo escribir acerca de la subjetividad de uno de los autores contemporáneos que más se esforzó por difuminar el yo en los paisajes de un tardocapitalismo capaz de aunar deseo y tecnología? García y Navarra aciertan en su reconstrucción del universo ballardiano al tratar de entender al psiconauta que ahonda en las patologías de nuestro tiempo a la luz de sus arquitecturas.
Para entender al escritor de Crash, como subrayan los autores, es indispensable comprender el giro traumático que provocó el fallecimiento repentino de su esposa en España. Entendiendo la imaginación literaria como un modo de sublimar su tragedia personal, pero también como un campo de exploración sin tabúes, Ballard “intentaba construir una lógica imaginativa que diera sentido a la muerte de Mary y que probase que el asesinato de Kennedy y las muertes de la Segunda Guerra Mundial podían ser significativas en un sentido aún no descubierto”. ¿Acaso un nuevo humanismo?
[Esta es la distopía que alertó sobre el peligro de los algoritmos y del comunismo]
En una pieza ensayística soberbia en su sarcasmo, Ballard definió con muy mala baba la saga de Star Wars como “hobbits en el espacio”, esto es, narrativa kitsch y Photoshop por ordenador. Desgraciadamente, nuestra ficción sigue maquillando con efectos especiales y vulgares distopías una realidad que ya es de por sí terriblemente inhóspita. Ballard fue el profeta de esta nueva inhospitalidad tecnológica. “Los sistemas totalitarios del futuro serán, por una parte, serviles y lisonjeros, pero las cerraduras estarán más firmes que nunca” (Super-Cannes).