Autoretrato de José Ramón Sánchez con su nieta para Cuando el abuelo fue niño (Valnera)
Dibujante de libros infantiles en los años setenta, cartelista político, protagonista en los ochenta de programas míticos como El desván de la fantasía o Sabadabada, ilustrador de la Biblia, El Quijote o Moby Dick, artista con grandes exposiciones a sus espaldas... Repasamos con José Ramón Sánchez, premio nacional de Ilustración 2014, casi medio siglo de ilustración en España.
-José Ramón este año ha recibido el Premio Nacional de Ilustración. Y no por una obra sino por toda su carrera, una carrera tan extensa y plural que su hijo no se ve capaz de resumir.
-Si te dan un premio así es que tu carrera ha merecido la pena. Así que lo celebré con alegría. Llevaba 18 años alejado desde que me retiré a Santander, autoexiliado, y no esperaba ningún premio. Ha sido una resurrección. Sin embargo, desde que me lo dieron, he sufrido algunas decepciones. Me ha llamado gente para que repitiera trabajos de hace 20 o 30 años. Y yo ya no sé dibujar monigotes. No entienden que mi coherencia ha consistido en evolucionar. Quise crecer creativamente. Y me vine a Santander para crecer. En Madrid me encasillaban, era "el dibujante de la tele".
-Antes de ser el "dibujante de la tele" comenzó a ilustrar libros infantiles en los 70, después de trabajar en publicidad.
-Sí, la industria del libro infantil vivía un increíble momento de plenitud. A mí me llama un día Pancho González, el segundo de Santillana, y me cuenta que está formando un equipo para ilustrar libros infantiles. Y me pregunta: "¿Te animas?". Le dije que sí, porque la publicidad que desarrollaba entonces apuntaba un tono tierno, colorista, que se acercaba al de la ilustración infantil. Y llegué a ilustrar libros de matemáticas. Pero lo que mejor se me daba era contar historias. Recuerdo tres títulos que fueron bestsellers entre los más pequeños: El molino, La noria y La piragua. Durante 20 años, del 70 al 90, ilustré libros infantiles.
-¿Cuánto podía vender un libro infantil entonces?
-Mucho. Y luego se exportaba a Latinoamérica. Los que citaba antes vendieron fácilmente un millón de ejemplares. Si en aquellos años los derechos de autor hubieran funcionado como hoy, sería millonario. Pero entonces te pagaban por página dibujada y punto, no por el número de ejemplares. Celebrábamos una ceremonia anual ante notario donde nos juntábamos autores e ilustradores y renunciábamos a los derechos de autor. Tuvimos que luchar mucho para regularizar la situación.
-Hablando de luchas, fueron tiempos en los que la política estaba a flor de piel. Suyos son, por ejemplo, los diseños de los carteles de las primeras campañas del PSOE. Dígame una cosa. ¿Usted también reniega de la Transición como tantos hoy?
-No tienen ni idea, no vivieron aquellos años. La Transición no fue un milagro, fue una apuesta de un interés y una profundidad increíbles. Con las tremendas dificultades de aquellos años, las cosas no se hicieron mal. Decir lo contrario es negar la realidad. Peridis y yo diseñamos, y yo ilustré, los carteles de aquellas elecciones municipales en la que la izquierda logró 2.000 ayuntamientos. Después de la dictadura, era increíble. Y nosotros ayudamos. Los de AP me quisieron fichar y me pusieron un talón en blanco. Y yo dije: "No. He nacido en una familia obrera y soy cristiano y rojo".
-En 1979 salta a la televisión con El desván de la fantasía.
-Fue una película quehicimos Cruz Delgado y yo. Cruz Delgado prudujo y dibujó la famosa serie del Quijote. El desván de la fantasía fue en principio una colección de doce libros que abarcaban el mundo del espectáculo: el circo, los juegos, el cine y el teatro. Esos libros ahora siguen siendo clásicos. La buena literatura infantil nunca envejece. Pensamos: "¿Y si lo llevamos a la gran pantalla?". Buscamos un canal de distribución, pero, al lado de una peli de Disney, aquello parecía pobre. No logramos estrenarlo pero sí reconvertirlo en serie para la televisión.
-Los 80 fueron sus años televisivos. En Sabadabada y después en El kiosko. ¿Qué se encontró en la pequeña pantalla?
-Empezó llamándose Sabadabada, luego Dabadabada y luego El Kiosko. Aquel primer programa tan bien producido, con dinero, con seriedad, con un buen contenido para los niños, fue una idea de José Antonio Plaza, que había sido corresponsal. Y fueron diez años de trabajo con el mismo equipo y mucha libertad.
-¿Cuál era su sección allí?
-Lo recuerdo perfectamente. En la primera grabación, con Mayra Gómez Kemp, tenía que aparecer en una mesa dibujando inventores: Graham Bell con su teléfono, Fleming con su jeringuilla y así. Mayra lo presentó como "el rincón del dibujante" y me preguntó directamente por mis dibujos. Yo empecé a hablar, olvidándome de que estaba grabando. Acabamos y oí por megafonía: "José Ramón, sube que queremos hablar contigo". Y me dije: "Esto ha ido debut y despedida". Subí, Plaza me puso el vídeo y me preguntó: ¿Qué te parece? Le dije que no me veía mal del todo... Y él me respondió: "¿Pero cómo que no te ves mal? ¿No te das cuenta de que eres un comunicador? ¡Y fotogénico!" Y yo que me veía tirando a feucho...
-De pronto, un ilustrador se transforma en comunicador.
-Recuerdo un día, en una comida con Alfonso Guerra en la que estábamos Peridis y yo y él nos dijo: "Vosotros sois unas mentes desaprovechadas, tendríais que estar en política. En el Parlamento seríais la pera". Y yo le dije: "Alfonso, mi profesión me apasiona y no la cambio por ninguna del mundo".
-Su última etapa es la de las series de ilustraciones como La gran Aventura del cine. El dibujante se convierte en artista.
-Al margen de mis trabajos profesionales, siempre había tenido sueños por realizar. Durante los años en la televisión se me ocurrió La Gran Aventura del Cine, pintar las cumbres de cada género y a las estrellas. Y acabé exponiendo en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. El éxito me cambió la vida. Los libros que ilustro en los 90 son ya para todos los públicos: La Biblia, El Quijote, Moby Dick.
-Con Moby Dick abrió editorial de libros ilustrados, Valnera.
-La montamos tres socios en Santander en 2002. El alcalde de Castro Urdiales nos encargó un libro marinero. Y me dije: Pues claro, Moby Dick. Para editarlo nos inventamos una editorial. Y nos salió bárbaro. La gente todavía compraba libros.
-Hablamos de principios de 2000. Y hoy, ¿qué ha ocurrido?
-La industria se ha desmoronado, la gente ha dejado de comprar libros. Y los niños necesitan libros, el libro tiene una magia infinita. Mi nieta lee a los Grimm... o el libro en el que aparecemos ella y yo.
-Hábleme de ese libro, Cuando el abuelo fue niño, que publicó el año pasado y donde cuenta nada menos que su vida.
-Hace dos navidades, en 2012, comiendo con mis socios me dijeron: "José, vamos a tener que cerrar". Acabábamos de sufrir un desastre editorial. Mi socio me dijo que probáramos con un libro infantil. "Pues vamos a buscar a un buen ilustrador", respondí. Yo ya no me veía. Pero vine a pasar las Navidades a Madrid, mi nieta estaba conmigo y se me ocurrió que ella podía contar mi vida: "Mi abuelo nació en Santander, en la orilla del mar, tenía mucha imaginación..." Y entonces supe que sí quería dibujar aquella historia.