Dicen que los detalles son los que logran dar verosimilitud a una historia y trasmitir esa sensación del cuento como organismo vivo. Pues bien, podríamos decir que la creación de Schaapman es un canto a este principio básico que anima toda ficción.



Desde las guardas de este álbum conocido para cualquier niño holandés somos testigos de los prolijos apartamentos que conforman La casa de los ratones, como si ante nosotros se abrieran las celdas de una elaborada colmena. Una maqueta construida por Karina Schaapman de manera artesanal que recrea todo un universo en miniatura y nos invita a curiosear por cada uno de sus poblados rincones. Telas, cerillas, corchos, palitos de helado y todo tipo de materiales reciclados se pueden convertir, tras pasar por las manos mágicas de la autora, en elementos decorativos que ayudan a vestir las más de cien habitaciones por las que deambularán Sam y Julia, los pequeños ratones que protagonizan esta historia. La timidez del uno se compensa con la curiosidad de la otra, y así observaremos a la pareja dándole vuelta a las tortitas en casa de la abuela, ayudando a cambiar los pañales de los hermanos de Sam o achicando espuma cuando la lavadora se les desborda el día de la colada.



Podríamos pasar horas recreándonos en cada una de las escenas porque todas ellas rezuman vida -los tebeos tirados por el suelo del dormitorio, la bolsa de Ikea en el altillo o el cajón a medio cerrar-, ya que nada se escapa a la atenta mirada de la artista a la hora de atrapar el instante de unos personajes en plena acción.