Ed. FCE. 40 páginas, 12 € (A partir de 8 años)

Lo primero que nos atrae en esta misteriosa historia sobre el jardín del mago Gasazi es la atmósfera que envolverá al lector desde el comienzo. Un clima en el que el detalle de las ilustraciones a lápiz sobre fondos sepias recrea una sensación de realidad que casi nos permite tocar el capitoné del sofá de la señora Hester o los círculos de humo que desprende el cigarro del señor Abdul.



Pero no menos peso para envolvernos en este mundo de ficción tiene la trama que nos presenta al pequeño Alan, encargado de cuidar por unas horas al travieso perro de la Sra. Hester, en plena desesperación cuando lo ve desaparecer a través del jardín prohibido de Abdul Gasazi. Y llegamos al punto de inflexión cuando el niño cruza el portón como el que ingresa en otro mundo, una realidad (la de la magia, o mejor dicho, la de la literatura) en la que todo lo increíble se hace posible. Incluso cosas tan extrañas como que un perro travieso termine convertido en pato como castigo a su imprudencia.



Un libro de 1979 que nos va ganando en cada nueva lectura, en el que el artista norteamericano (célebre por otros relatos clásicos adaptados al cine como Jumanji o Expreso polar) reflexiona sobre el sentido de la responsabilidad o la presencia de la fantasía en nuestra realidad cotidiana.