Novela

Padres nuestros

Andrew O'Hagan

24 enero, 2001 01:00

Traducción de Luis María Brox. Debate. Madrid, 2000. 285 páginas, 2.565 pesetas

La Escocia de los años treinta se encontraba muy lejos del proyecto que por esas mismas fechas reivindicaba Le Corbusier en La Carta de Atenas sobre la posibilidad de una ciudad ideal. Hugh Bawn, concejal de urbanismo, entiende que la poesía vertical de los rascacielos salvará a muchas familias obreras de la oscuridad de las casas bajas. Su lema es "calles en el cielo". Una utopía de acero y cemento que treinta años más tarde se convertirá en símbolo de ciudad deshumanizada.

Andrew O´Hagan nos relata en Padres nuestros las últimas semanas de un líder del movimiento obrero británico. Su nieto Jamie le acompaña en su agonía y ambos contemplan el pasado con la sensación de que la verdad no es lo más importante. Hugh falsifica sus recuerdos y Jamie le escucha sin preocuparse de que las cosas transcurrieran de otro modo. Hugh fue un héroe, un Jimmy Cagney escocés, y él, su nieto, su mejor proyecto. Las acusaciones de malversación que cuestionan su gestión no empañarán esa imagen. Los viejos ideales no han muerto por la corrupción de sus portavoces, sino por la obstinación de la realidad, que no quiso adaptarse a ellos.

Lejos de las innovaciones formales que abrumaron a la novela hasta finales de los setenta, O´Hagan ha escrito un relato que combina las explosiones de lirismo con una prosa desnuda, austera. Su retrato del alcoholismo y de la pobreza de los barrios obreros recuerda el Madrid de Baroja, esa preferencia por el mundo de los perdedores que, expulsados de la historia, sólo encuentran cobijo en las páginas de la literatura. Crónica de una derrota, Padres nuestros nos invita a revisar nuestras vidas a la luz del fracaso ajeno.