A pesar de estos paralelismos, no ha caído Regás en el cómodo recurso de repetirse y ha escrito una historia que, perteneciendo sin duda al orbe de sus maneras y preocupaciones, resulta muy diferente: La canción de Dorotea es una novela fuertemente novelesca, por decirlo de un modo aproximado. La anécdota puede resumirse con bastante facilidad, aunque pagando el precio de eliminar los muchos matices por medio de los cuales avanza con pulso firme y con excelente trabazón de las menudencias que le dan vida.
Regás cuenta cómo Aurelia, una madura profesora universitaria todavía atractiva y que disfruta de un buen nivel económico, se ve enredada en las trapacerías de Adelita, la criada que cuida su casa de campo cercana a Gerona, y de ello le sobreviene una aguda crisis de autoestima. Desde ahí siente una lacerante soledad y se precipita hacia la depresión. La historia la refiere la protagonista en primera persona, que rememora los acontecimientos causantes de esa perturbación, por lo cual el relato suma los hechos particulares que explican el tránsito de la normalidad (que no conocemos con mucho pormenor, aunque afloren algunas frustraciones vitales) hasta los límites del desquiciamiento, del miedo a la locura y del presentimiento de la muerte.
Esta idea general del desarrollo novelesco encuentra un enfoque oportuno y eficaz en la manera de jugar con el misterio, al punto de que la obra entera descansa en la creación de un reduplicado suspense y en la resolución final de la intriga. También apela la autora al temor y a la vivencia del miedo como recurso narrativo que acentúa la incertidumbre de cómo se resolverán los hechos anómalos o, al menos, extraños. Toda esta vertiente de la novela tiene que ver con la literatura gótica, o, tal vez más, con el cine de este género.
En esa fuente bebe Regás, pero sin extremar las notas. Las sorpresas o el absurdo casi kafkiano siempre responden a una lógica. No hay figuras excepcionales o paranormales, ni truculencias. La atmósfera tenebrosa está enmarcada en límites verosímiles. Lo de mayor rareza se explica por su fuente onírica. Además, y esto da un tono definitivamente distinto al relato, los robos, amenazas o complicidades se enmarcan en un caso de corrupción múltiple de dimensión social muy realista y hasta testimonial.
Esta vertiente, la más llamativa de la novela, no anula otra, de mayor importancia, donde está su verdadera e interesante sustancia. Se trata de una indagación en un carácter inestable e inseguro cuyas raíces se ponen al descubierto. La novela versa sobre las claudicaciones asumidas, las decisiones equivocadas y los autoengaños. Su motivo central se refiere a la pasión, en particular a la amorosa, pero también a los impulsos que dan sentido a la vida. Es una novela sobre el tedio y la frustración; un triste y melancólico canto de las existencias que no llegan a realizarse y sufren por tener conciencia de ello.
Esa añoranza de lo que pudo ser implica la defensa de la autenticidad y en cierto modo la denuncia del conformismo. Este mensaje vitalista me parece el cogollo de La canción de Dorotea, pero no se formula en abstracto. Se hace verdad por medio de una peripecia de cuño clásico, poco amiga de novedades porque prefiere un relato tradicional, entretenida, llena de emociones, con su dosis de pensamiento, comunicativa y que se sigue con fruición y sin demayo.