Respóndeme
Susana Tamaro
8 mayo, 2002 02:00Susana Tamaro. Foto: Felipe Alonso
Cuando los malos libros vienen acompañados de éxito mediático y de una cifra apabullante de lectores, la irritación estética se transforma en un agudo pesimismo sobre la condición humana. El hecho de que Tamaro (Trieste, 1957) mantenga cierto grado de parentesco con Italo Svevo sólo confirma que la literatura no es una cuestión de raza ni linaje.No es fácil determinar qué es lo que convierte un texto en literatura. Parece mucho más sencillo decir qué no es literatura. Cuando la prosa carece de tensión y sensibilidad, cuando los personajes son inverosímiles o ridículos, cuando la trama está mal articulada y salpicada de tópicos, podemos asegurar que no estamos ante un texto literario. Todo esto puede aplicarse a la producción de Tamaro, cuyas ventas apenas justifican que una editorial como Seix Barral incluya en su catálogo una obra desprovista de todo mérito artístico.
Los tres relatos que componen Respóndeme están a medio camino entre el sermón dominical y las truculencias de los culebrones venezolanos. En la narración que se corresponde con el título, Tamaro nos refiere las peripecias de Rosa, una adolescente maltratada por la vida. Hija de una prostituta, unos crueles padres adoptivos confiarán su educación a unas monjitas, incapaces de evitar su caída en el abismo de un embarazo indeseado. El anticlericalismo de Rosa, capaz de arrojar un rosario al váter, cederá ante la necesidad de encontrar un poco de esperanza. "Ya que nadie me ayuda", exclama desesperada, "¡Ayúdame Tú!". La invocación de lo divino irá acompañada de una meditación con la profundidad de un panfleto antiabortista. La historia finaliza con una pregunta solemne, dirigida a un pobre perro vagabundo: "¿Nos guía Alguien o estamos solos?". Por compasión hacia el lector, prefiero omitir la respuesta de Tamaro.
Al igual que el anterior, los otros dos relatos harían las delicias de L’Osservatore Romano. Tamaro cambia de registro intentando demostrar que el pensamiento de la Iglesia también está sensibilizado con la violencia de género. Por eso, "El infierno no existe" aborda el tema de los malos tratos domésticos, utilizando el recurso del monólogo. Una viuda evoca su desdichado matrimonio ante el cadáver de su marido. Su conclusión es digna de un obispo preconciliar: "Señor, ¡qué grande es Tu misterio! Para darnos la luz, has creado las tinieblas". Finalmente, "El bosque en llamas" teoriza sobre la depresión, apuntando que la mejor cura para la melancolía es la fe. El incomprensible elogio de Fellini, que compara a Tamaro con Dickens y Kafka, sólo incrementa el desastre, al evidenciar que el talento cinematográfico no es incompatible con el mal gusto literario. Las explosiones de lirismo ("el corazón es una caja y mi caja está vacía") apenas pueden empeorar un texto sin otra virtud que la brevedad. En definitiva, la alegre novicia de La hermana San Sulpicio ya ha encontrado compañía: los improbables personajes de estas páginas son sus dignos continuadores. Tamaro, que ha reconocido públicamente su fe en el ángel de la guarda, ha redescubierto el filón de combinar bobería clerical y metafísica de baratillo. Su éxito arroja una sombra preocupante sobre el porvenir de la literatura.