Comedia infantil
Henning Mankell
29 mayo, 2002 02:00Henning Mankell. Foto: Tusquets
El hambre y el frío pueden ser menos lacerantes que no poseer un documento de identidad. ése es el caso de los niños de la calle, cuya muerte pasa tan desa-percibida como su existencia. Mankell se aleja esta vez del género policíaco para convertirse en el cronista de unas vidas acechadas por el olvido.Mankell se interna en un mundo que sólo asoma en los noticiarios. Su mirada no es la de un observador periférico: habla de una realidad que conoce de primera mano. La historia de Nelio, un niño de once años que agoniza en una terraza durante nueve noches, resulta creíble, evidenciando la falsedad de los tópicos que no reconocen nada en común entre realidades culturales supuestamente incompatibles. El desamparo de Nelio no es muy diferente del que puede experimentar cualquier niño arrancado de su hogar y obligado a prostituirse o a luchar como soldado, cuando aún no es capaz de comprender el significado moral de cada acto. Sin embargo, Nelio es especial. Su ingenio y madurez le granjearán el respeto de los adultos, que no tardarán en atribuirle cualidades de profeta y curandero. Herido, reconstruirá toda su peripecia ante un panadero que le cuidará durante su agonía.
Mankell se aproxima a los procedimientos del realismo mágico, aprovechando las creencias animistas de una sociedad donde los muertos deambulan entre los vivos y los animales albergan el espíritu de los antepasados. Prevalece, no obstante, el afán de impugnar los tópicos que nos insensibilizan ante el sufrimiento de las culturas alejadas de nosotros. Los niños africanos son como los occidentales. Saben emocionarse ante una función de teatro o con un viaje. Mankell se rebela ante el destino de estos niños, pero no transforma su relato en un panfleto.
Nelio fantasea con perder la memoria. Esa posibilidad apenas le inquieta, pues un transeúnte no tiene pasado. ése es el verdadero drama de unos niños que llegan a "amar la muerte": perciben en ella la liberación de un mundo que les obligó a "vivir para olvidar y no para recordar".