Ariadna en Naxos
Javier Azpeitia
12 junio, 2002 02:00Javier Azpeitia. Foto: Mercedes Rodríguez
La recreación de la Historia, su fabulación y su proyección sobre el futuro se combinan en la cuarta novela de Javier Azpeitia (Madrid, 1962), que ofrece una lograda muestra de narrar en un texto unitario múltiples episodios míticos ambientados en un marco histórico-legendario.Ello da al conjunto un significado universal que trasciende lo referido para convertirse en lúcida metáfora de la civilización occidental. El resultado es admirable, tanto en su interés por una intriga bien construida como en su sentido profundo relacionado con nuestra cultura, tan deudora de la mitología griega.
La novela comienza con la invasión de la ciudad cretense de Cnosos por los aqueos, cuyo jefe toma en matrimonio a Europa, representante de la Diosa Madre. Con tal sometimiento aquella existencia próspera basada en el ocio y la libertad se ve condenada a la clandestinidad, defendida por las sacerdotisas Europa, Pasífae y Ariadna. Así Cnosos se desdobla en dos ciudades: la que vive en la superficie bajo el régimen masculino impuesto por los aqueos; y la ciudad onírica, abierta en la noche a la vida festiva guiada por la Diosa y las sacerdotisas. Los mitos engarzados van desde el rapto de Europa hasta el Minotauro, Teseo y Ariadna. En lo cual un lector familiarizado con la mitología clásica se sentirá atrapado en la suspensión de la intriga creada por estos relatos míticos y enriquecida por tretas de los dioses y ocultación de identidades en un juego que va de la simulación a la anagnórisis en el reconocimiento final de la figura de Teseo y su secreto designio en la fracasada salvación de Cnosos.
El mérito de la novela va mucho más allá de estos episodios. El alcance de su significado llega hasta nuestro mundo convertido en laberinto amedrentado por minotauros de faz menos monstruosa pero equiparables en atrocidades por ambiciones sin medida. Ariadna...es también una novela de aprendizaje, y, sobre todo, un relato elegíaco por un mundo desaparecido. Al cabo la salvación de Cnosos se produce mediante la escritura. Así lo que explica el narrador, también hijo de Europa, cuando comprende que su misión no era otra que la de salvar la ciudad "no de la destrucción sino del olvido". La configuración del narrador es otro acierto. En la primera mitad su voz se camufla en una aparente tercera persona para contar aquello que está fuera de su alcance como narrador en primera persona, que oculta su identidad hasta la página 175 ("Mi nombre es Poliido"), al tiempo que reconoce su impostura como adivino que se aprovecha del aedo que hace literatura con los mitos: "aprendí a dosificar mis augurios [...]. La propia volubilidad del lenguaje y la capacidad metafórica de quienes me escuchaban se encargaban del resto" (pág. 176). No cabe mejor explicación de esta novela por parte de quien, transcurridos muchos años desde lo que narra, lo ha visto ya todo y puede llevar a cabo significativos cambios en las historias míticas que remodela con visión humanizadora y desmitificadora. Lo cual constituye otro hallazgo de esta valiosa novela.