Image: Las trece rosas

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Novela

Las trece rosas

Jesús Ferrero

10 abril, 2003 02:00

Jesús Ferrero. Foto: M.R.

Siruela. Madrid, 2003. 233 páginas, 17’50 euros

Narrador y poeta, Jesús Ferrero (Zamora, 1952) comenzó su aventura literaria paseándose por el Lejano Oriente con Belver Yin (1981), una historia de amores y duplicidades que obtuvo el premio Ciudad de Barcelona 1982. Después vendrían dos decenas de obras entre las que vale la pena destacar Opium (1987), Débora Blenn (1988), El secreto de los dioses (1993) y Juanelo o el hombre nuevo (2000).

Ha seguido el polifacético Jesús Ferrero una trayectoria como narrador tan cambiante y con tantos altibajos que inspiraba ya poca fe su porvenir. Parecía limitado, su futuro, al cultivo decoroso de la escritura profesional, pero de repente da un salto a una magnífica novela, intensa y eficaz, acaso la mejor suya, en Las trece rosas.

Otras novelas recientes de Ferrero se perdían en una temática rebuscada y en una forma de complejidad poco convincente. La de ahora aborda una anécdota interesante y aplica unos recursos muy ajustados y certeros. La historia, sencilla, parte del fin de la guerra civil en Madrid. Los vencedores detienen a unas jóvenes socialistas, alguna menor de edad, las someten a crueles interrogatorios, las condenan a muerte en juicio sumarísimo y ejecutan a las trece del título en venganza por un atentado. Un salto en el tiempo lleva hasta una fecha reciente la memoria de aquel asesinato colectivo.

Se ha escrito tanto de aquellos horrores de postguerra que volver a narrarlos requiere buscar la novedad en el acto creativo. Ya sabemos qué mimbres vamos a encontrar: violencia, impiedad, fanatismo, dolor, terror y situación límite. Ferrero los maneja de acuerdo con las leyes de un impulso imaginativo original donde confluyen cuatro estímulos fundamentales. El primero consiste en un sobrio realismo que mantiene los sucesos apegados a una veracidad histórica creíble (y es de suponer que auténtica). Esta base se despega de lo truculento gracias a un aliento poético que sabe poner un dique al falso lirismo imaginativo o verbal.

Se amplía, el sustrato testimonial, con algunos brochazos oníricos pertinentes para sugerir la enajenación de las víctimas, pero también la inhumanidad de los verdugos. De este modo, el conflicto de buenos y malos subyacente en una historia semejante no paga tributos al maniqueísmo, sin que por ello se presten a equívoco las actitudes de unos y otros: condenadas, policías, carceleras,capellán...

En fin, hay también un discreto simbolismo incorporado en un grupo de niños y en un perro que funciona a la manera de coro y propone con su mirada de cámara cinematográfica una perspectiva que realza el contraste entre inocencia y maldad, vida y muerte.

Esta construcción nada llamativa aunque bien pensada, y un estilo de cuidadosa frase corta proporcionan una historia de auténtico dramatismo, honda e impactante, conmovedora, sin apelar por ello a los registros del ternurismo, la sensiblería o la congoja patética. El relato tiene su virtud fundamental en su naturalidad. El único reparo a hacerle es que ésta se resiente un poco a causa de un artificio innecesario. El texto incorpora citas literales, sin marca gráfica alguna, de medio centenar de autores de todos los tiempos y ámbitos culturales. A veces produce un efecto negativo. Así, la cita teresiana "vivo sin vivir en mí" resulta algo ridícula como reflexión íntima, bastante absurdo decir que la carcelera "piensa en la noche oscura del alma" y un pegote culturalista acabar con el baudelairiano "Hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère".

Sobra esta manía de aparentar refinamiento, pero también es verdad que las citas (muchas difíciles de advertir y, desde luego, lejos del alcance de un lector normal) apenas molestan. Lo que importa es que Jesús Ferrero redondea un testimonio amargo y poético a medio camino del vigoroso alegato histórico y de la denuncia de la condición humana.