Vuelo final
Ken Follet
10 abril, 2003 02:00Ken Follet. Foto: Manuel Regueira
La literatura popular ha sido menospreciada durante mucho tiempo. Hasta hace poco, la novela negra, la ciencia-ficción o los relatos de aventuras eran incluidos entre los géneros menores, pero hoy pocos críticos se atreverían a cuestionar la obra de Raymond Chandler, Stalislaw Lem o Robert L. Stevenson.Sería un error, sin embargo, atribuir a este hecho un valor profético. No parece muy probable que el porvenir nos reserve la rehabilitación de Barbara Cartland o Lucía Etxebarría. Ken Follet (Cardiff, Gran Bretaña, 1949) conoció el éxito a los veintinueve años, cuando publicó El ojo de la aguja. Desde entonces, sus libros han ocupado un lugar privilegiado en las listas de obras más vendidas. Las adaptaciones cinematográficas de sus novelas sólo han contribuido a fomentar su popularidad, incluyéndole en el selecto club de autores (John Grisham, Stephen King, Tom Clancy) cuyos beneficios se cuentan en millones de dólares. El éxito no ha impedido que Follet, al igual que Grisham, se esforzaran en demostrar que su literatura es algo más que un fenómeno comercial. Follet lo intentó con Los pilares de la Tierra (1989) y Grisham con La granja (2000). El resultado corroboró el escepticismo de la crítica.
Follet ha ambientado muchas de sus novelas en la Segunda Guerra Mundial. Esta vez ha escogido la resistencia danesa a la ocupación nazi para relatarnos una intriga donde coinciden el suspense, la amistad, el amor y la política. A mediados de 1941, los aviones de la RAF apenas sobrevivían a los cazas de la Luftwaffe, que abatían a la mitad de los aparatos. Su precisión se basaba en un sofisticado sistema de radar instalado en la isla danesa de Sande. Harald Olufsen, un adolescente que sueña con ser ingeniero, descubre la estación por casualidad y entra en contacto con los Vigilantes Nocturnos, una organización clandestina organizada por Hermia Mount, una analista del MI6, que controla sus actividades desde Gran Bretaña. El celo de Peter Flemming, un agente de policía danés que colabora con los alemanes, desmantela la resistencia y Harald tendrá que asumir la responsabilidad de fotografiar la base militar y trasladar la información en un Hornet Moth, un viejo aeroplano con el que cruzará el Mar del Norte acompañado de Karen, una joven judía de la aristocracia financiera de la que está enamorado sin mucha esperanza.
Ken Follet introduce en el relato todas las emociones previsibles: traición, heroísmo, crueldad, camaradería y, por supuesto, las inseguridades propias de la iniciación al amor y el sexo. Es innegable que la novela se lee con facilidad y expectación, pero Follet se queda en la superficie de todo. Su prosa es puramente funcional. No se puede hablar de un estilo deliberadamente oculto, sino de una escritura exenta de matices o aliento poético.
Los personajes no están caracterizados, sino estereotipados y el Winston Churchill que inicia y finaliza el relato no es menos tópico. Ken Follet está a años luz de Graham Greene o John Le Carré, pero ni siquiera se aproxima a Henning Mankell, cuyo éxito no está reñido con un estilo personal y un mundo propio. Ken Follet se ha afianzado en el éxito y no es fácil que algo lo desaloje de esa posición. Probablemente es el lugar que deseaba ocupar, pero leyendo sus novelas se confirma que las listas de libros más vendidos son la tumba de la verdadera literatura.