Image: Vida de Pi

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Novela

Vida de Pi

Yann Martel

5 junio, 2003 02:00

Yann Martel. Foto: Alastair Grant

Trad. B. Southwood. Destino. Barcelona, 2003. 325 páginas, 18 euros

Agotados los experimentos formales, la novela parecía abocada a refugiarse en la repetición. El regreso de la novela histórica y policíaca sólo confirmaría esa tendencia.

El último Booker Prize demuestra que aún es posible inventar historias, donde la imaginación sobrepasa lo previsible. El canadiense Yann Martel (1963) ha urdido una ficción inverosímil, logrando que lo improbable se imponga con la necesidad de los hechos mejor documentados.

La peripecia de Pi es tan increíble como su nombre, apócope que se confunde con el famoso número irracional, cuyos decimales sugieren una historia inacabada. La aventura de Pi no está menos incompleta. El lector puede escoger entre dos versiones para recrear sus 227 días de deriva en el Pacífico, cuando el barco que le trasladaba de Pondichery a Canadá naufragó inexplicablemente. Hijo del director de un zoológico, Pi viajaba con los animales entre los que había transcurrido su infancia. Sólo sobrevivirán una hiena, un orangután, una cebra malherida y un tigre de Bengala, que se disputarán con Pi el espacio y las provisiones de una barcaza de nueve metros cuadrados. Cuando explique su odisea a unos funcionarios japoneses, su incredulidad le obligará a ofrecer otra versión, donde lo fantástico será reemplazado por unos hechos intolerablemente crueles.

Martel consigue combinar el humor, el retrato psicológico y las fantasías oníricas. Las páginas iniciales, que explican la genealogía de la novela, y los acontecimientos previos al naufragio, están salpicados de situaciones regocijantes. Martel nos ahorra el manido paralelismo entre la conducta humana y la animal.El contraste entre el mundo humano y el animal sólo pone de manifiesto que lo otro siempre constituirá un misterio. Un tigre de Bengala es tan impenetrable como Dios. Fábula sin moraleja, Vida de Pi sugiere que la realidad sólo puede concebirse como un cuento, pues las cosas no se imponen por sí mismas, sino que se transforman al confundirse con nuestra experiencia, adoptando las formas que les adjudicamos. No importa qué sucedió realmente durante esos siete meses en el Pacífico. Sólo cuenta que ni la soledad ni el sufrimiento pueden destruir en el ser humano la capacidad de convertir sus vivencias en una historia.