Image: Hasta que la muerte nos separe

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Novela

Hasta que la muerte nos separe

José María Carrascal

24 julio, 2003 02:00

José María Carrascal. Foto: J.M. Casaña

Planeta. Barcelona, 2003. 210 páginas, 18 euros

El trabajo como periodista ha oscurecido la obra literaria de José María Carrascal. Pero no es un recién llegado a las letras. Ya en 1972 ganó el Nadal con una novela de corte lírico, Groovy, y ha seguido cultivando con cierta abundancia este género al que hoy añade Hasta que la muerte nos separe.

Recuerdo esa trayectoria porque el mérito básico de este libro reside en la destreza y corrección formales, hijas de un oficio serio, con que se aborda una historia de notable interés humano. No se cuenta una anécdota muy llamativa, pero sí que es original, y tiene una carga noticiosa y psicológica atractivas, e incorpora en ella una convincente propuesta sobre el sentido de la vida; no en abstracto, sino referido a un caso concreto planteado como reflejo del de otras muchas personas.

El argumento se centra en un matrimonio de clase media: un escritor en catalán, Ignacio, y una mujer dedicada al marido, llamada Clara, el mismo nombre que dio Galdós a la chica de La Fontana de Oro y con semejante propósito simbólico. La historia abarca desde el noviazgo en la época estudiantil, hacia el medio siglo, hasta el fallecimiento de Ignacio en una fecha cercana al presente. Se recorre la postguerra y la democracia mediante la mención de algunos hitos significativos, pero más con una mirada panorámica que con detallismo, lo cual explica alguna vaguedad cronológica menor.

Tiene la novela la voluntad testimonial de reflejar las actitudes de un sector cercano al anterior régimen. Aquí se encuentra uno de sus aciertos mayores, el retrato del padre de Clara, un falangista de la vieja guardia, cercano a la dictadura pero disconforme con la manipulación franquista del ideario joseantoniano.

La peripecia se cuenta mediante la alternancia de breves capítulos con un afortunado efecto de dinamismo. Unos se centran en las circunstancias algo oscuras de la muerte de Ignacio, van pautados por las horas posteriores al fallecimiento y se narran en tercera persona. Los otros evocan el amor y la camaradería matrimonial en la voz de la propia Clara. Ambos responden a un relato de corte convencional, mezcla de costumbrismo histórico y de penetración psicológica. Y se hace con una prosa eficaz, sin aspavientos, con algún apunte lírico bien medido, natural y cuidada.

La trayectoria de la pareja marcha a ritmo acompasado con noticias de su tiempo histórico, con vislumbres emocionales curiosos, con datos significativos de la experiencia siempre amarga de vivir y con sutiles resquebrajamientos en la convivencia. Todo más o menos corriente, pero todo verdadero, atractivo, bien contado de un modo tradicional. Hasta muy avanzada la novela, piensa uno que Carrascal se lanza cuesta abajo por la pendiente del idealismo, el ternurismo o el conservadurismo, algo así como si fuera un propagandista del matrimonio en estos tiempos de grave crisis de esa institución social.

En los recuerdos de Clara, sin embargo, se han ido sembrando algunos vientos que forman una corriente cuya circulación nada más se nota en las páginas finales. No desvelaré la sorpresa, fina, no tramposa, que hay en ellas, y sólo señalaré que al fin Clara ve claro y de este modo su historia un poco gris, común, con Ignacio no resulta nada inocente. Encierra una vindicación de la dignidad del individuo, y proclama el derecho de todo el mundo a vivir por sí y para sí. Hay formas refinadas de esclavitud, y este desenlace proporciona un firme mensaje humanitario a una novela sencilla y emotiva, correcta en todos los sentidos aunque con poco de riesgo formal, y que merece la pena leer.