El gobernador
Juan Bolea
31 julio, 2003 02:00Juan Bolea. Foto: M.R.
El título de un libro suele ofrecer una orientación básica acerca de su contenido o de su sentido, o de ambos. Pero el rótulo que Juan Bolea pone a su novela, El gobernador, resulta despistante, y cabe atribuirle las reservas que despierta.Que este efecto no es una impresión gratuita mía lo confirma el anónimo autor de la cubierta del libro, que ha resuelto el problema de visualizar la novela tirando por la calle del medio: en la parte de arriba pone un despacho oficial con empaque algo anticuado y en el extremo opuesto el rostro retador y con greñas de un adolescente. ¿De qué habla El gobernador, de un representante gubernamental o de un joven rebelde? Pues de ambas cosas, en principio no incompatibles pero que, en este caso, resultan forzadas porque dan lugar a dos líneas argumentales, cada una con su propia enjundia, mas no fundidas, sino pegadas con adhesivo muy débil. éste es el conflicto clave de la presente obra del gaditano Juan Bolea. Por un lado está la historia de un político que recorre todos los escalones de la España reciente: persona de confianza del franquismo, luego cercano a la UCD, y gobernador tanto con los socialistas como con el PP. Se trata de un tipo autoritario y sin escrúpulos, pringado en la guerra sucia contra el separatismo, que le sirve de aval para permanecer en el poder. La acción principal se desarrolla en una imaginaria ciudad levantina (con alguna resonancia de Zaragoza), Argenta, donde afronta una operación contra un comando terrorista.
Bastaría esta línea para trazar un relato, pendiente de hacer, que yo sepa, sobre el camaleonismo de ciertos personajes de nuestra clase política. Y, de hecho, no deja Bolea de plantear, más que de desarrollar, cuestiones de fondo ideológico notables, indisolubles de comportamientos cuya raíz está en la condición humana y no en la ideología. El problema puede formularse de modo muy sencillo: ¿cómo un indeseable sobrevive en la estructura del poder?, ¿qué fondo de corrupción hay en las organizaciones que gestionan la cosa pública? A este gobernador llamado álvaro el lector podría cambiarle el nombre y ponerle el de algún personaje real: no sería la mejor lectura, pero tampoco impertinente. Y sí resultaría oportuna si se entiende la literatura como modo de conocer imaginativamente la realidad.
Por otro lado, la novela presenta con tintas fuertes la actitud de Simón, el hijo del gobernador. Retrata Bolea un chaval muy problemático, víctima de su medio. También se apuntan razones generacionales, pero la singularidad del personaje y la des-
mesura de algunas acciones más bien llevan la historia entera, la de Simón y Alvaro, al terreno de la psicopatología. De nuevo tenemos una indecisión en la novela, pues no se ve claro cómo se conjuga la indudable voluntad de análisis social con el incuestionable propósito de adentrarse en los terrenos de la mente.
Esta falta de nitidez del autor en sus objetivos constituye una rémora para el logro satisfactorio de un relato por otro lado de no poco interés y mérito. Tiene Bolea fuerza imaginativa para recrear un mundo oscuro mediante unas historias dramáticas y una visión despegada del entorno de la política. Y la prosa, bastante funcional, sirve bien a esa meta. Aunque escriba en una ocasión "retrayó". Es claro que Bolea tiene que repasar un manual de lengua de bachillerato. ¿Pero tampoco el editor sabe que ha de decirse "retrajo"? ¿Y no hubo un corrector de pruebas? Estas cosas pasan un día sí y otro también en nuestras novelas últimas, como si nadie leyera los originales antes de que lleguen a la librería.