Las dos muertes de Sócrates
Ignacio García-Valiño
2 octubre, 2003 02:00Ignacio García-Valiño. Foto: Santi Cogolludo
A sus treinta y cinco años, Ignacio García-Valiño ofrece una de esas trayectorias de escritor muy respetables: ha publicado un libro de cuentos y cuatro novelas a un ritmo regular. No veo, en cambio, que tenga claros los objetivos ni metas de su escritura, en la que ha pasado de la narración histórica al costumbrismo crítico de actualidad.Lo mejor de su obra sigue siendo la primera, Urías y el rey David, una recreación imaginativa del episodio bíblico apuntado en el título. En su nuevo libro, Las dos muertes de Sócrates, vuelve a un prestigioso escenario de la antigöedad, la celebrada era de Pericles. En ese marco, de por sí subyugante, de la época del esplendor ateniense sitúa una anécdota atractiva y amena, cargada además de guiños hacia los tiempos actuales.
¡Ahí es nada un relato en el que vemos las preocupaciones cotidianas de Aspasia, la viuda de Pericles, del sabio Jenofonte, del intrigante Alcibíades, de un Aristófanes borrachuzo y desahuciado, del imberbe Platón...! Y en el que Sócrates, conspirador astuto, se defiende de sus adversarios, lee su alegato en el foro y se toma la cicuta. En esta especie de "Salsa rosa" digna e interesante del ayer me parece que se halla una de las razones por las que la novela histórica se ha convertido en género de moda.
Si al atractivo de estos personajes, que figuran en la enciclopedia de cualquier lector un poco culto, se añaden pasiones fuertes (las de un logrado personaje, la ambiciosa prostituta Neóbula), problemas personales graves, temas de extrema vigencia (el feminismo) y conflictos colectivos trascendentales, tenemos los mimbres de una novela entretenida. Si además se recrea el ambiente y la época con plasticidad, entonces se nos asegura el disfrute de conocer con viveza un pasado nada vulgar. Todo esto forma parte de la utillería anecdótica e imaginativa de Ignacio García-Valiño, pero no acaban ahí los recursos. Muchos pasajes de la novela se desarrollan en un burdel y arranca con una violación explícita adornada de detalles fisiologistas. Incorpora abundante sexo, pretexto para refinadas disquisiciones antropológicas y filosóficas. Y la segunda de sus dos Partes es ni más ni menos que una novela policiaca.
El gusto por contar y la construcción de una fábula cuya materia interesa por el relieve de las anécdotas figuran en las metas de García-Valiño, y como todo ello lo solventa con destreza, y le echa buenas dosis de imaginación, y juega con el suspense y los equívocos, y lo adereza con la sal y pimienta de un poco de filosofía, cultura y arte, resulta que Las dos muertes de Sócrates se lee muy bien, dice cosas interesantes y nos asoma a lo mejor y lo peor del alma humana.
Tiene también, la novela, la aludida proyección hacia el presente. El argumento, en su conjunto, aborda los límites del sistema democrático, y el enigma de la decadencia de las civilizaciones, reclamando, sin decirlo, la reflexión del propio lector. Pero es un debate vivo, novelesco, incorporado a las peripecias de los personajes. No una especulación. De modo que el libro deleita, instruye y da que pensar.
Esta ristra de bondades produce una obra meritoria, una literatura de consumo de cierta exigencia. Sin embargo, varias cosas le faltan para llegar a gran literatura. Necesitaría fijar una única perspectiva sobre la Grecia clásica: el narrador tiende a situarse en las cercanías de la antigöedad y se le cuelan anacronismos y observaciones chirriantes.
La investigación criminal tiene algo de parodia pero va en serio y con ella se paga un tributo innecesario a la comercialidad. Algunas escenas de humor (en casa de un dentista, o las marrullerías de Aristófanes), en sí mismas divertidas, y aun muy buenas, son rellenos inoportunos. Las situaciones tienden demasiado a lo excepcional y las frases suenan con alguna frecuencia a énfasis retórico. Por estas debilidades, tenemos un libro menor pero muy estimable. Aunque Las dos muertes de Sócrates deje un insatisfactorio gusto de boca, porque se nota lo mucho más que podría dar de sí, merece la pena leerlo.