Image: Jardines de Kensington

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Novela

Jardines de Kensington

Rodrigo Fresán

13 noviembre, 2003 01:00

Rodrigo Fresán. Foto: Julián Jaén

Mondadori. Barcelona, 2003. 398 páginas, 21 euros

Si hay una novela reciente, escrita en español, que puede cautivar a los lectores más perspicaces, esa es Jardines de Kensington de Rodrigo Fresán. Hay en ella, en su escritura portentosa, arriesgada y exquisita, ese estado de gracia que nace de la inteligencia inspirada, de la inspiración más gamberra, y de la cultura.

Fresán no es, no puede ser, un inteligente puro, existe un fulgor arrebatado en su manera de narrar y además sabe que, como sus maestros Ph. K. Dick o Vonnegut, la inteligencia pura sólo provoca abundantes poluciones nocturnas, solitarias e infecundas. Es, por el contrario, ese narrador que en Jardines de Kensington acierta a construir unos personajes cuyas vidas no están exentas de pathos trágico, de búsqueda de una lucidez existencial, y de encanto. Un narrador lo bastante hábil y honesto para entregarnos una historia que, más allá de las imbricaciones de biografía e imaginación, es una confesión sobre los secretos y los traumas de la vida y sobre la imposibilidad de vivir más allá de esa Edad de Oro que simboliza la infancia.

En efecto, Jardines de Kensington es una confesión, la confesión inquietante y arrolladora que realiza, en un progresivo estado de drogadicción tan lúcido como torrencial, un desarraigado escritor de literatura infantil llamado Peter Hook. Durante una noche, este Hok que en su narración utiliza el collage, la fragmentación o el vampirismo, monta un doble relato en el que enfrenta su propia biografía a la de James Matthew, el célebre autor de Peter Pan. Hook es sombrío, y tan traumatizado y alucinado como alucinada y fabuladora es su escritura, una escritura que se lanza a desentrañar la vida de Barrie como ese espíritu romántico que se dedicó a perseguir la infancia perdid. Hook (que representa la mirada terrible del Capitán Garfio) es ese personaje existencialmente alucinado, entre una fantasmagoría propia de un David Linch y la antigua lisergia de los Swinging Sixties. Un personaje cuya confesión es una búsqueda (la de ese jardín secreto que simboliza Peter Pan) y cuya búsqueda es una errancia. Una errancia vital y narrativa que, como ocurría en Mantra (su anterior novela) canibaliza géneros, trasgrede estructuras y acumula datos e historias hasta formar un estado mental.

Novela que adopta el fluir de la memoria y los agujeros del olvido, que nace de ese cruce de historieta y de alucinación, de ternura y de tragedia, Jardines... es uno de los relatos más penetrantes y sagaces sobre el valor que el icono de la infancia tiene en nuestra cultura. Para ello Fresán acude tanto a la forma de aparecer en el romanticismo a través del genio como la forma posmoderna y pop en que se desarrolla a partir de los años 60.

"¿Qué es el genio sino el poder de convertirse en niño?" se preguntaban aforísticamente Denis McKail y J. M. Barrie, y nuestro turbulento Peter Hook, en esta agónica noche en que relata su vida, responderá a su manera que vivimos entre dos países imaginarios, el de los niños que fuimos y el de los muertos que seremos y que entre ambos sólo hay cuentos infantiles.
No es extraño por eso que esta novela sea un homenaje a todos aquellos que se sienten felizmente contaminados por la literatura infantil, igual que es un homenaje a una época donde más salvajemente infantil y trágica se mostro nuestra cultura: los años 60. Pero la mirada de Fresán es una mirada fascinadamente icónica, catártica y alucinada. Fresán persigue el mito y su revés: el mito del Londres victoriano y del Londres psicodélico, el de los niños y el de la muerte. Y también del mito del nuevo milenio que se abre paso.

Esta historia, la historia de los Jardines de Kensington es una novela poderosa y perturbadora, un comentario memorable sobre la condición humana.