Image: Middlesex

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Novela

Middlesex

Jeffrey Eugenides

20 noviembre, 2003 01:00

Jeffrey Eugenides. Foto: Karen Yamauchi

Trad. Benito Gómez. Anagrama. Barcelona, 2003. 637 pags, 24’50 e.

Dos historias en una, dos espacios geográficos a la búsqueda de un mismo sueño, dos sexos en una misma persona con los que se trata de vivir. En Middlesex todo es dual y todo busca su equilibrio, lo épico y lo íntimo, la epopeya familiar y la personal.

Middlesex es la historia de un hermafrodita pero es, en el fondo, la historia de alguien que bucea en su propia identidad, una identidad no sólo sexual sino personal, una identidad que huye a lo largo de un laberinto donde se confunde con otras identidades y donde buscar el yo es siempre sumergirse en el otro. Middlesex es la historia, incluso genética, de Calíope Helen Stephanides, después abreviado en Cal, alguien que confiesa que nació dos veces ("fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974") y que construye esta confesión cuando ya es agregado cultural de EE. UU. en Berlín, para desvelar los secretos de su intimidad en el momento en que está enamorado de una mujer y teme por el futuro de su relación.

Novela histórica en ciertos momentos (narra los conflictos bélicos entre Grecia y Turquía de los años 20, la inmigración a Norteamérica, la Gran Depresión, la Alemania dividida), saga épico familiar (rastrea en su árbol genealógico para explicar su condición hermafrodita), novela picaresca, retrato de un convulso Medio Oeste norteamericano, todo esto y más en el relato hiperbólico que ha tramado Eugenides. Un relato en el que alienta esa visión naturalista por la que se intenta entender los fenómenos humanos, el ser humano en sí bajo las influencias de los elementos hereditarios y de las circunstancias ambientales. Y un relato que, como ocurría en Las vírgenes suicidas, su novela anterior, comparte la fascinación por una sexualidad problemática, por el misterio del deseo y por los enigmas de la personalidad.

¿Pero llega tan lejos como en Las vírgenes suicidas? Literariamente, unas veces sí y otras no. En Las vírgenes suicidas se encontraba un equilibrio entre lirismo, realismo y tragedia que aquí se atenúa. En Middlesex, Eugenides se desliza en muy contadas ocasiones a una escritura excesivamente plana, sin contornos, cuando no a un costumbrismo que sólo puede hacer gracia en Norteamérica, o a unos diálogos que intentan incidir en notas de color local, sobre todo cuando se cuentan las pericias de los antepasados del protagonista en Asia Menor. Y tal vez por ese anhelo de escribir la Gran Novela Americana resulta algo confusa la pertinencia de tanto detallismo familiar y tanto laberinto intrahistórico, de igual forma que puede resultar inverosímil tanta omnisciencia en el narrador. El título conlleva las ideas de una larga novela sobre un lugar, la familia y el cambio de sexo, pero a veces se percibe un desequilibrio entre cada bloque, y algo de pérdida en el sujeto que narra.

Que Jeffrey Eugenides es un gran narrador nadie lo duda, y que Middlesex es una novela ambiciosa y emocionante tampoco, pero las posibilidades dramáticas hubieran sido más intensas en un texto con mayor contención, sin la introducción de esa pormenorizada saga familiar, un tópico ya de la novelística norteamericana siempre que recurre a pensar sobre la formación del carácter fundacional de aquel país. Lunares debidos sobre todo al punto de vista y al género por que se opta y que no pueden empañar la belleza de muchas de sus páginas, la grandeza de Eugenides. La historia de Middlesex es una historia de amor, un amor luminoso y sombrío, incitante y consolador, pavoroso a la hora de revelarnos una verdad.