Novela

El código Da Vinci

Dan Brown

4 diciembre, 2003 01:00

Trad. Juanjo Estrella. Umbriel. Barcelona, 2003. 557 páginas, 16’50 euros

Los libros que nacen con vocación de best-seller apenas logran ocultar su condición de productos manufacturados. El código da Vinci no es una obra de creación, sino un artefacto concebido para transformarse en un fenómeno comercial. Reúne todos los elementos que garantizan el éxito fácil: una trama policíaca, con conexiones políticas y religiosas, unos personajes estereotipados, ciertas dosis de trascendencia filosófica, un erotismo libre de estridencias y una escritura plana.

Robert Langdon, un experto en simbología con aires de Harrison Ford, descubrirá que el Santo Grial no es una copa, sino el nombre oculto de María Magdalena. Descendiente de reyes, María Magdalena no fue una prostituta, sino la esposa de Jesús y la madre de su hija, Sarah. Su vientre recibió la sangre de Cristo y su misión era perpetuar el linaje de un profeta mortal, que sólo se convirtió en Hijo de Dios por efecto de manipulaciones posteriores. Jesús escogió a Magdalena como cabeza de su iglesia, pero Roma nunca aceptó ese legado, organizando las Cruzadas para destruir los documentos que revelaban la verdad. El Priorato de Sión surgió como una orden secreta encargada de conservar las pruebas que acreditaban la existencia del linaje engendrado por Jesús y Magdalena. Leonardo da Vinci, Boticelli, Newton y Victor Hugo pertenecieron a esa sociedad. Cumplieron con su compromiso, pero sembraron sus obras de símbolos que aludían a esta historia: el apóstol que ocupa la derecha de Cristo en La última cena de Leonardo no es otro que María Magdalena.

Tal vez Brown haya pretendido emular a Umberto Eco, mezclando misterio, erudición y filosofía, pero sólo ha conseguido elaborar un libro oportunista y pueril. La perplejidad de Langdon ante una inscripción que se atribuye a una lengua muerta se resuelve cuando un espejo revela que las letras simplemente están invertidas. La presunta implicación del Vaticano sólo evidencia una obscena complacencia con el escándalo. Ron Howard ya ha manifestado su intención de realizar una adaptación cinematográfica. Si es cierto que los malos libros inspiran excelentes películas, habrá que esperar una obra maestra.