Image: Ya no pisa la tierra tu rey

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Novela

Ya no pisa la tierra tu rey

Cristina Sánchez-Andrade

19 febrero, 2004 01:00

Cristina Sánchez-Andrade. Foto: M.R.

Anagrama. Barcelona, 2004. 228 páginas, 13 euros

No es frecuente hallar narradores que, en sus comienzos, se arriesguen a subvertir los esquemas del relato que resultan habituales para la mayoría de los lectores, y menos frecuente aún encontrar editores que se decidan a acoger estas rupturas innovadoras.

En esta novela de Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968) se ha dado esa insólita coincidencia. Ya no pisa la tierra tu rey es una obra deliberadamente "extraña", ajena a los modelos de representación de la narrativa al uso. El marqués don Iñigo de Grandes y su lacayo Sebastián -cuya tarea consiste en hacer pelotas con papel de periódico- parecen inspirados por algunos personajes de los primeros relatos de Javier Tomeo. Las monjas del convento que acechan sin cesar lo que sucede en el palacio vecino recuerdan inevitablemente, con sus nombres pintorescos y sus descoyuntadas acciones -agazaparse en el interior del clavecín o practicar el "ejercicio de la imitación"- a las monjas del convento de las Redentoras Humilladas que bosquejó Pedro Almodóvar en su película Entre tinieblas (1983). Esto puede ya ofrecer una primera idea acerca de las coordenadas artísticas en que se sitúa la escritora gallega.

Además de situar las acciones en un tiempo y un lugar indeterminados y de utilizar un sujeto múltiple (un reiterado "nosotras") que narra la historia, la autora se ha arriesgado a jugar con el tono cambiante del relato, que va desde la caricatura directa hasta la expresión de la crueldad, la soledad o el desamparo, y ha ensayado para sostener esta novela tornasolada una prosa idónea, donde las mutaciones y los giros continuos e imprevistos de la información se apoyan con frecuencia en sinestesias y en inesperados cruces de sensaciones: "La música sabe a almendra, a manzana y a trigo" (pág. 164); "se oye un rumor. Sólo es un rumor como de riñones" (pág. 202). Los hallazgos verbales rozan en alguna ocasión la greguería ramoniana: "La luna es una bolsa de bilis" (pág. 212). Otras veces, la búsqueda expresiva se cruza con ecos y recuerdos demasiado palmarios de lecturas. Al decir que la ausencia del lacayo era "un vacío en donde se precipitaba todo cuanto había el contorno" (pág. 154), resulta evidente la huella cercana de un espléndido pasaje de Ortega en su prólogo al libro Veinte años de caza mayor, del conde de Yebes: "El miedo del animal perseguido es como un vacío donde se precipita cuanto hay en el contorno". Cualquier escritor comienza por ser lector, pero debe apartarse lo antes posible de sus modelos y encontrar la voz propia.

Con todo, Ya no pisa la tierra tu rey es todavía una novela insuficiente, aunque esté llena de virtudes. Pero apunta en demasiadas direcciones y puede desconcertar al lector, que dudará entre leerla como un simple artefacto humorístico, como una parábola sobre la soledad -que algunos tratan de conjurar agrupándose, como las monjas del convento- o como expresión simbólica de la existencia humana en algunos de sus aspectos esenciales. Encerrarse en el convento equivale a una "falsa recuperación de la vida cálida y compartida, cruelmente interrumpida por el nacimiento, ese nacimiento del que nos acordamos con dolor cada mañana" (pág. 123). La individualidad enfrenta al sujeto con su propia y radical soledad, como en el caso de "la monja [...] que quería tener un nombre" (pág. 149). El encierro comunitario preserva de este peligro, pero despierta en los individuos el deseo de asomarse a un mundo exterior, como hacen las monjas apelotonándose frente a la ventana.

Pero estas ideas no están bien resueltas narrativamente. El carácter alegórico del relato se ve dañado por la falta de equilibrio, patente en el peso excesivo de los elementos pintorescos y en el abultado relieve de la prosa, no exenta, por otro lado, de pequeños lunares: "...para incautarnos los espejos" (pág.121, por "quitarnos" o "incautarse de"); "chochea durante prácticamente todo el día" (pág. 177, frente a lo español de verdad: "casi todo el día"); "circo deambulante" (p. 190). A pesar de ello, quien ha escrito esta novela merece un crédito amplio.