La capital del olvido
Horacio Vázquez-Rial
4 marzo, 2004 01:00Horacio Vázquez-Rial. Foto: Mercedes Rodríguez
El hispano-argentino Horacio Vázquez-Rial tiene la magnífica trayectoria del escritor que siempre vigila la expresividad verbal y la construcción del relato como instrumentos para indagar en asuntos de extrema gravedad.Sus anécdotas van directas a denunciar la falta de moral individual y colectiva de nuestro tiempo. El doble horizonte de los ignominiosos cuartelazos de su país originario y de la guerra civil española le ha servido para pintar un dramático fresco del salvajismo contemporáneo. Dentro de este boceto entra también La capital del olvido. Una parte importante de la acción se sitúa en Buenos Aires, escenario de los crímenes de golpistas civiles y militares, y del drama de las víctimas. Todo se relaciona con una terrible historia: el secuestro de un matrimonio, el asesinato del hombre, las torturas de la mujer y el rapto del recién nacido hijo de ambos. Otra parte tiene su origen en la acanallada personalidad de un español cuyo fortunón lo ha amasado aprovechando tanto nuestra guerra como la degradación argentina. La acción inmediata se sitúa en la actualidad y desde ésta se retrocede varias décadas. Un investigador revuelve en el pasado y desvela un intrincado nudo de crímenes, ambiciones e inmoralidades.
Se trata de una amarga parábola moral que el autor traba en un argumento del género negro. La intriga se despliega en varios y muy complejos hilos. El suspense se mantiene sin desfallecimiento. Los personajes, algo previsibles, tienen el margen suficiente de personalidad para resultar criaturas individuales. Las razones de sus comportamientos están muy bien traídas, y justificadas. La novela, lo mismo por la acción que por los protagonistas, mantiene el interés.
De esto sale una narración amena acompañada de un buen fondo intencional. Sin embargo, en este libro, ese escritor de una exigencia más bien alta que es Vázquez-Rial ha rebajado el listón de lo literario demasiado. La trama se enreda hasta un punto un poco inverosímil por la incontención en el número de peripecias. El diálogo busca dar ritmo al relato, pero desfallece en trivialidades. Tampoco es muy de recibo, ni siquiera en esta época de paro, que un taxista cite con desparpajo a Heráclito. Y señalo estos puntos concretos porque desvelan, creo, la clave de la actitud del autor: buscar un producto comercial. Me parece un camino equivocado. Salvo que en este caso haya querido limitar su ambición a escribir una novela menor, que proporcione un entretenimiento seguro, pero no mucho más.