Image: ¿Arde Nueva York?

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Novela

¿Arde Nueva York?

Dominique Lapierre y Larry Collins

8 abril, 2004 02:00

Dominique Lapierre y Larry Collins. Foto: José Ayma

Trad. J. Bignozzi. Planeta. Barcelona, 2004. 347 páginas, 20 euros

En el origen estuvo el periodismo: Dominique Lapierre trabajaba como corresponsal en la guerra de Argelia y su pasión por el oficio era tal que reconoce ahora, avergonzado, que en los peores momentos "no podía socorrer a los heridos, porque mi primera lealtad era para mi periódico. No podía detenerme a ayudar a un niño herido y llevarlo al hospital: lo primero era conseguir que las fotos llegasen a su destino. Descubrí que en el campo de batalla uno no puede ser al mismo tiempo Hemingway y Madre Teresa".

Pocas veces una publicación foránea tiene la cobertura mediática que en estas fechas se viene observando a propósito de la edición española de ¿Arde Nueva York? No recuerdo ningún otro título al que se le hayan dedicado reportajes en reputados espacios televisivos y entrevistas en los programas de máxima audiencia, además del consabido reflejo en prensa.

Bien pudiera ser que las coincidencias entre el argumento de la novela y la dolorosa realidad que estamos viviendo en España sean la causa de ello; o tal vez por suponer el reencuentro, después de más de dos décadas, de una pareja de autores que cuentan en su nómina con títulos tan impactantes como fueron El quinto jinete, Oh, Jerusalén o ¿Arde París?, título este último que vuelve a rememorarse.

El argumento de la novela es sencillo: Bin Laden, escondido en las montañas pakistaníes, logra introducir una bomba atómica en el corazón de Manhattan y amenaza con hacerla estallar si el gobierno israelí no desmantela los asentamientos de colonos judíos en las zonas palestinas ocupadas. La acción se inicia en enero de 2003 y concluye en septiembre de 2004, unas semanas previas a las elecciones presidenciales norteamericanas que tendrán lugar este mismo año. Esta puntual dimensión futurible le confiere una cierta cualidad de ciencia ficción... y por el bien de la humanidad esperemos que así sea. En verdad que no resulta tranquilizador depender de la sagacidad de una investigadora para deducir que los cien kilos de diferencia en el peso de dos envíos de sacos de arroz, efectuados en diferentes fechas, sean el hilo de Ariadna para determinar que una bomba atómica ha sido introducida en los Estados Unidos, y posteriormente localizarla y desactivarla. El paralelismo con ¿Arde París? es obvio: si en aquella eran los nazis quienes pretendían arrasar París, ahora son los fundamentalistas islámicos quienes intentarán pulverizar Nueva York. Que cada cual saque las derivaciones que de ello puedan deducirse.

A estas alturas nadie va enseñar a Lapierre y Collins -ya sea juntos o de forma individual- cómo se escribe una novela de suspense. La estructura es impecable y se ajusta fielmente a los patrones del género. También los diálogos y descripciones están a la altura de lo que de ellos se podía esperar; idéntica apreciación es posible formular respecto a la ardua labor investigadora previa, aunque en este caso no resulte tan obvia como en títulos ya conocidos. El desarrollo de la acción, como siempre, es vertiginoso, Washington, Nueva York, Israel o Pakistán son los escenarios a los que es transportado el lector con la rapidez propia de nuestros tiempos; sin olvidar, además, que tres cuartas partes del argumento acontecen en un período de tan solo cinco días. Sin duda esta es su mayor virtud y al mismo tiempo el origen de sus debilidades.

La más llamativa de estas se encuentra en el diseño de los personajes. Probablemente alguien recuerde a Von Choltitz, el general alemán que desobedece la orden de destruir París, un personaje excelentemente planteado, complejo, y de una riqueza literaria fuera de toda duda. Ninguno de los que encontramos ahora soporta la mínima comparación. En ¿Arde Nueva York? los personajes se estructuran en torno a dos grupos claramente diferenciados: los políticos (Bush, Sharon, Bin Laden, Musharraf, Condoleezza...) y los agentes (terroristas y policiales). Los primeros están excesivamente estereotipados y Bush, en especial, no sale muy bien parado. Que la política exterior no era su fuerte al acceder a la Casa Blanca es de todos sabido, pero a estas alturas ya deberíamos conocer a los responsables de la masacre de Sabra y Shatila. Tampoco dice mucho en su favor la continua dependencia que tiene de su padre, o el nulo poder de persuasión que demuestra frente a Sharon, hasta el punto de encontrarnos al borde de una guerra entre Israel y Estados Unidos. También sorprende la candidez de Condoleezza Rice, asesora del presidente, intentando que el Dr. Ahmad "convenza" a Bin Laden para evitar la detonación de la bomba, y la ingenua preocupación de su interlocutor para que nadie conozca su "traición" (pág. 233). Los personajes del segundo grupo resultan, a priori, más interesantes pero la intensidad de la acción los arrolla. Hubiera resultado enriquecedor conocer la complejidad psicológica de un terrorista -si ello fuera posible- o el proceso mental de los investigadores. Pero esto no va en detrimento de la acción ni del desarrollo del argumento y también resulta encomiable, sobrecogedor en este caso, la capacidad premonitoria de los autores: la bomba atómica "será" activada por el propio Bin Laden desde las montañas de Pakistán.