Mentira
Enrique de Hériz
24 junio, 2004 02:00Enrique de Hériz. Foto: Ballesteros
El hasta hace poco editor Enrique de Hériz ha publicado ya tres novelas. Me parece un dato a consignar como soporte de la ambición y destreza exhibidos en Mentira. Y del alto nivel de esta obra lograda, aunque no redonda.El autor cae en una serie de excesos debidos a esa falta de contención propia de quien se siente dueño de una buena fábula y de una fuerza inventiva y verbal poderosas. Quiere hacer un libro complejo, que abarque por completo un tema importante, y peca por demasía.
Basta la sola palabra de ese conciso rótulo para definir el asunto que aborda: las falsedades sobre las que se construye la aparente verdad del mundo. De hecho estamos, más que ante una novela sobre la mentira, frente a una indagación sobre su contrario. La búsqueda de la verdad, base de una existencia auténtica, no la afronta el autor con procedimientos especulativos, aunque no falten. Prefiere una historia que semeja una variante de las muñecas rusas. En primer plano pone una anécdota de mucho gancho: un equívoco da por muerta a la protagonista, una antropóloga ya mayor. Esta falsedad, alentada por la mujer durante un tiempo, corre en paralelo de otras de signo parecido: el fabuloso naufragio del suegro, el equívoco estatus del hijo... A esta materia se suman otras peripecias: el relato de un poeta oriental o las crónicas de una batalla naval de la edad media.
Esta abundante trama está montada con una gran pericia, abarca lo legendario y lo testimonial, e incluye muy curiosas noticias sobre la especialidad de la antropóloga, los ritos de la muerte. Oscila la novela entre la acción y el pensamiento. Despliega variados registros verbales. Simultanea dos relatos centrales, ambos en primera persona. Tampoco faltan apuntes, reivindicativos, sobre el encanto de las narraciones clásicas. Algo del hechizo de estos cuentos que envuelven al lector en unos curiosos sucesos tiene la propia Mentira. Con ello indaga en los límites entre realidad e invención, en una estela cervantina. Para ello dispone Hériz grandes recursos imaginativos. La obra resulta excelente por sus dos conceptos mayores, lo que pasa y el poso de reflexión implícito. Pero también reiterativa. Sostiene un aforismo judicial que quien prueba demasiado no prueba nada. Algo así amenaza a esta novela. Se entiende el sentido de la batalla mencionada, pero se hace redundante: ocupa unas páginas que, aunque muy buenas en sí mismas, fatigan. Uno de los personajes, el nieto, padece el síndrome de Desinhibición Transitoria, bien traído para el tema; salvo que el chico no se salva de parecer un tipo esquemático de metepatas. Hago estas reservas con el mayor respeto a los méritos de Mentira. Y con la pena que produce el que un punto de contención no le permita al autor bordar un libro serio e interesante. De los que hacen disfrutar de vidas ajenas mientras abren los ojos a la verdad mentirosa que con frecuencia es la existencia.