Image: Nuestro agente en Judea

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Novela

Nuestro agente en Judea

Franco Mimmi

9 septiembre, 2004 02:00

Franco Mimmi. Foto: Edhasa

Traducción de José Ramón Monreal. Edhasa. Barcelona, 2004. 354 páginas, 21’50 euros

El periodista Franco Mimmi (Bolonia, 1942) ha transformado la historia de Jesús de Nazaret en una intriga política. Su recreación incluye elementos policiales y psicológicos, que explican el origen de algunos principios teológicos.

El personaje de Cristo comienza su predicación en un momento de máxima tensión. El fanatismo de los zelotas ha convertido Judea en una de las provincias más ingobernables del imperio romano. Los saduceos colaboran con la ocupación, pero las revueltas continúan, impulsadas por los profetas que anuncian la inminencia del Mesías. Jesús no puede olvidar el fin de su padre, que murió crucificado por sumarse a la sublevación contra el censo. Las legiones de Octavio Augusto reprimieron la sedición con enorme crueldad, reservando el suplicio de la cruz para los rebeldes. Jesús apenas contaba catorce años, pero asistió a la ejecución de José. Esa experiencia determinaría su oposición a la violencia. Poncio Pilatos y Caifás considerarán que sus ideas pueden contribuir a pacificar la región, pero la beligerancia de los zelotas frustrará sus planes. La muerte de Jesús en el Gólgota refleja la impotencia de la diplomacia romana, desbordada por el fundamentalismo religioso.

Mimmi consigue imprimir agilidad y emoción al relato, pero esa fluidez no es menos meritoria que el estudio psicológico de los personajes. Poncio Pilatos es un hombre enfermo, con espantosas llagas en las manos, incapaz de someter a los judíos y atormentado por la infelicidad de su esposa. Caifás es un oportunista, que explota la religión para conservar sus privilegios. Su ambición es ajena a cualquier preocupación espiritual. Ambos personajes reflejan la vanidad del poder, una servidumbre incompatible con la dignidad o la compasión. La figura de Cristo no es menos compleja. Mimmi no oculta sus debilidades e incertidumbres. No desconoce el miedo, pero se enfrenta al sanedrín con entereza, sin solicitar indulgencia. Su humanidad se refleja en su tolerancia y en ese amor a los placeres mundanos que le aleja del furor apocalíptico del Bautista. Cuando aún no se ha apagado la polémica de la película de Mel Gibson, reconforta encontrar una visión de Cristo que, sin eludir el sufrimiento de la cruz, evita las truculencias. El Cristo de Mimmi rebosa humanidad, pero en ningún momento escamotea su condición sobrenatural. Sólo acentúa esos rasgos que convirtieron el cristianismo en la primera religión donde lo divino se confunde con lo humano.