La muerte viene de lejos
José María Guelbenzu
7 octubre, 2004 02:00José María Guelbenzu
Hace tres años, y cuando ya contaba con una larga y amplia trayectoria como narrador, José María Guelbenzu se arriesgó a escribir un relato de género. Fue algo así como un juego serio, un reto al que el escritor se sometió para probarse en un registro nuevo, algo coherente con su afición a indagar en el terreno de la forma.De ahí salió la novela policiaca No acosen al asesino, convertida en episodio inicial de una presumible serie cuya segunda entrega, La muerte viene de lejos, mantiene la misma protagonista, la jueza Mariana de Marco, y se desarrolla en parecido escenario, una población costera cercana a Santander. Introduce esta entrega, sin embargo, un cambio notable. Antes la identidad del criminal se desvelaba en las primeras páginas. Ahora se mantiene la incertidumbre hasta el trecho final, e incluso en éste se utiliza un golpe de efecto, que debo silenciar en atención al presunto lector. Sólo diré que en ese momento Guelbenzu apuesta con intensidad a la carta del misterio.
El suspense y el desvelamiento de las causas de una muerte algo oscura, la de un viejo avaro debida a un sospechoso escape de gas, no son, sin embargo, lo medular de la ideación literaria de Guelbenzu. Su plan consiste en aprovechar el caso para exponer el comportamiento de unas personas relacionadas con él: la jueza, una amiga de ésta, secretaria judicial, y el sobrino del difunto, Rafael. Entre esos protagonistas se dan relaciones afectivas (una doble historia de amor), de modo que la novela se decanta hacia un análisis del factor humano, dejando casi en un lugar secundario el enigma policiaco. Comparte así Guelbenzu una tendencia del género criminal muy cultivada en nuestros días.
Tenemos, pues, una narración psicologista que, salvo por este relativo peso mayor de la intriga y por su clara filiación con la novela negra, enlaza con otras del autor. Aquí los asuntos que se ponen en juego son en especial los de la soledad, el engaño y las apariencias. Estos motivos deciden los actos de unos personajes interesantes, aunque no aporten nada desconocido ni su fondo posea la riqueza o el dramatismo de las grandes novelas acerca del alma. Quizás porque el autor no se ha propuesto semejantes metas, sino una historia posible, con conflictos en el fondo modestos.
Aunque no del todo simples, pues a la personalidad de Rafael se le atribuyen unos rasgos singulares a partir de los cuales la obra adquiere una dimensión trascendente que proporciona el gran tema de la obra, la maldad. Esto resulta poco convincente, pues esa encarnación del Mal se dice y se comenta, pero no se hace literariamente verdad. No se ve que tal sujeto merezca la duda de si pertenece, como se llega a opinar, al género humano. Sobra tal énfasis, y, libre de esa exageración, el sobrino sería verdadero, uno de tantos canallas inteligentes y sin piedad como cada día se burlan del mundo.
A esta reserva no hay que darle, sin embargo, mucha importancia porque a una obra sin un perfil especulativo denso no le vamos a exigir una dimensión filosófica. Se trata de un rasgo añadido al personaje. Al igual que hay otras notas agregadas a la peripecia que se refieren a asuntos de actualidad: los condicionantes de la jueza debidos a su sexo, la fractura de la pareja, la búsqueda del amor o los tics de la burguesía provinciana. Trama, conflictos mentales y entorno, todo ello dispuesto en una estructura narrativa sin complicaciones y bien planeada, y contado con una prosa eficaz, da una literatura de tono menor, sencilla y de grata lectura.
Tres cuestiones a J. M. Guelbenzu
-¿Qué diferencia hay entre intriga y misterio?
-La intriga es como el kleenex, de usar y tirar; el misterio es permanente.
-¿Toda casualidad encierra un significado que debemos descifrar?
-Siempre; pero como es imposible estar a todas, nos limitamos a vivir dejando muchas incógnitas de lado.
-¿Todos somos sospechosos de algo?
-Por supuesto. Todos somos sospechosamente humanos.