Los amores imprudentes
Gustavo Martín Garzo
9 diciembre, 2004 01:00Gustavo Martín Garzo. Foto: Mercedes Rodríguez
La variedad de asuntos que abarca la obra narrativa de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) tiene en su base unos cuantos soportes constantes sobre los cuales se levanta un mundo literario claramente homogéneo.Aunque la crudeza y la abierta dimensión trágica de parte de Los amores imprudentes puedan resultar algo sorprendentes, en ella se reconocen los rasgos habituales del escritor, empezando por una concepción de la literatura que él mismo ha expuesto en páginas teóricas y que aquí pone en boca de la narradora: las historias son capaces, dice, de ofrecer consuelo al lector.
Los amores imprudentes cuenta un argumento sólido en una línea tradicional. Una profesora española en Francia, hija de un exilado de la guerra ya fallecido, vuelve al pueblecito burgalés donde se esconde la misteriosa historia de su padre, que él mismo le ha incitado a descubrir. Será un viaje iniciático relatado por la propia joven que le lleva a desvelar una compleja trama sentimental, alimentada de idealismo y de pasiones, y que alcanza un gran dramatismo por el conjunto de acciones implicadas. Por eso el título e incluso la noción de imprudencia manejada en el texto no hacen justicia a la hondura patética global del argumento.
La hija descubre, además de esa conmovedora trama de destinos personales, un contexto histórico terrible. Sus pesquisas le llevan hasta el fanatismo asesino del tiempo de la guerra civil y lo enlaza con la prepotencia e impunidad de los vencedores y de sus aliaaos nazis en la primera postguerra. De este modo, la novela se inscribe en la tendencia actual a la recuperación de la memoria histórica, que estuvo entre velada y proscrita durante la transición política y que ahora surge con una gran fuerza. El autor señala con palabras de la narradora que "aquella dichosa guerra seguía marcando la vida de los españoles".
Esta historia individual de trasfondo colectivo la monta Martín Garzo con una disposición formal curiosa y afortunada. El esquema básico responde a la idea de un relato de intriga y pasajes enteros siguen los pasos de la novela policiaca en la cual la narradora actúa como investigadora de crímenes oscuros y violencias secretas. Esto proporciona un suspense muy eficaz. Pero ese eje va junto con otros recursos, habituales en el autor, que dan a la obra el tinte característico de toda su escritura. Lo imaginario abre la puerta a la fábula y el mito. Pero estos elementos legendarios y un fuerte culturalismo van al lado de una percepción casi notarial de la realidad. También tiene mucho peso el análisis psicológico, y la mostración de los sentimientos se hace con un arriesgado equilibrio entre el ternurismo y el sufrimiento traumatizante.
El interés que despiertan los personajes y los sucesos, distribuidos éstos con notable habilidad, se complementa con un atractivo puña-do de opiniones acerca de la vida que se dejan caer en la narración o en el diálogo de una manera muy natural. Sale así una novela a la vez de ideas y valores morales y de peripecias, intelectual y cálida, culta y amena.
Una novela escrita, además, con un estilo cuidadoso, rico y exacto en el léxico, atento a la adjetivación, adornado con imágenes y comparaciones, de agradable ritmo musical. Dicho a la pata la llana, Martín Garzo escribe muy bien. Sin embargo, este magnífico castellano de registro culto aplicado por igual a toda la obra no me parece buena prosa narrativa. Cuando dialogan los personajes, sobre todo cuando se explican en párrafos un poco largos, hablan como si fuera en un libro y esto provoca una negativa impresión, cercana a la incredulidad. La literatura es artificio, y apañados estaríamos sí los escritores cultivaran el naturalismo lingöístico, pero a esta excelente novela le falta para resultar redonda una mayor sensibilidad hacia la lengua conversacional.