Tokio blues
Haruki Murakami
14 julio, 2005 02:00Haruki Murakami. Foto: Archivo
Haruki Murakami (1949, Kioto) escogió una canción de los Beatles para recrear la peripecia de un personaje que no conseguirá desprenderse de la adolescencia, hasta conocer el amor, la pérdida, el sexo y la muerte.El pasado de Toru Watanabe regresa con los compases de "Norwegian Wood". La música comienza a sonar durante el aterrizaje de su avión en Hamburgo. Ya ha cumplido 37 años, pero su memoria no ha borrado su amistad con Kizuki y Nagasawa, con destinos tan diferentes, ni su relación con Naoko, acechada por la locura o su idilio con Midori. Aún recuerda el fugaz encuentro con Reiko, que evidenció la persistencia del deseo, con independencia de la edad y la proximidad entre el desamparo infantil y la urgencia de penetrar un cuerpo. Entre los 17 y los 20 años conoció la pasión, la infelicidad, el miedo a vivir, el suicidio y el anhelo de superación que permite constituir una identidad y aceptar el infortunio.
Murakami utiliza una prosa fluida, con un leve lirismo que recuerda el estilo de Auster o Carver. Sus referencias no son Tanizaki, Kawabata o Mishima, sino la música pop y la cultura urbana, el jazz y las series televisivas. La historia de Watanabe podría transcurrir en Europa o EE. UU. El Japón tradicional sólo es un mito que sigue alimentando el pensamiento reaccionario, pero que ha desaparecido del horizonte de unos jóvenes incapaces de madurar. Watanabe recuerda el protagonismo del yo en unos años decisivos. Es el tiempo de la educación sentimental, la época donde se descubre el amor, el sexo y la fragilidad de la existencia humana. La escritura se revela como el espacio donde acontece la comprensión. La experiencia no deviene inteligible hasta que se transforma en literatura. La desaparición de las personas queridas destruye una parte de nosotros mismos. Cuando se suicidan Kizuki y Naoko, Watanabe advierte el tacto de la muerte en su propia carne. Una parte de sí mismo desaparece con ellos, pero la escritura le ofrece la posibilidad de recuperar lo perdido, de fijar esas vivencias que se desdibujan con los años.
La visita al centro de salud mental donde está internada Naoko evoca la atmósfera irreal de La montaña mágica. No es una casualidad que Watanabe lea la novela de Thomas Mann durante su estancia en el sanatorio. El hecho de que el alma enferme evidencia la solidaridad del cuerpo y el espíritu. El sexo no es un simple intercambio de fluidos. Murakami señala que la sexualidad es un lenguaje. No es obsceno que Midori exhiba su cuerpo desnudo ante la fotografía del padre muerto. Al ofrecerle su vulva, expresa una necesidad de cercanía, de comunión, que no puede consumarse mediante las palabras. Cuando Naoko o Midori masturban a Watanabe no materializan una fantasía erótica, sino el impulso de transfundir ternura mediante el movimiento de unas manos que exploran al ser amado. El placer puede ser banal, pero adquiere una indudable trascendencia cuando está asociado al anhelo de confundirse con el otro. Al acostarse con Reiko, Watanabe descubre que la edad no puede separar a los amantes. No hay canon estético para el placer.
Tokio blues puede interpretarse como un viaje hacia la madurez. Publicada en 1987, consiguió vender más de dos millones de ejemplares en Japón. Los lectores se identificaron con una historia que reflejaba la necesidad del sufri-
miento. Sin dolor, nos estancamos en la adolescencia. El miedo a sufrir puede librarnos de algunas experiencias, pero si no atravesamos nuestros temores, nunca trascenderemos el ensimismamiento narcisista. La imperfección es la esencia de la vida. La tolerancia a la frustración es lo que nos permite crecer. No hay en Murakami ningún rasgo que revele la peculiaridad de la cultura japonesa. Watanabe parece ajeno a los sentimientos de vergöenza y obligación. Tampoco se aprecia la influencia del pecado. Al margen de la tradición y la perspectiva religiosa, sus personajes viven la rutina de las grandes urbes, soportando la incertidumbre de habitar un mundo sin dioses tutelares. El viaje de Watanabe es el viaje del hombre contemporáneo hacia una felicidad tan improbable como anhelada.