La ciudad del diablo
Ángela Vallvey
15 septiembre, 2005 02:00Ángela Vallvey. Foto: Iñaki Andrés
No es Ángela Vallvey amiga de la comodidad y también le gusta el riesgo, de modo que en su trayectoria ha sorprendido varias veces con planteamientos diferentes y originales, y de buen efecto.
No quiere esto decir que el fondo de su escritura cambie, y a los importantes motivos con que se trenzan sus libros (la soledad, el amor o la esperanza) añade en este título el primitivismo y la muerte. Sorprende, sin embargo, con una anécdota cercana por su contenido y por su tratamiento al antiguo subgénero del drama rural. La ciudad del diablo recuerda las historias localistas al estilo de López Pinillos o el Cela de Pascual Duarte referidas a una pequeña localidad de precario desarrollo, como ausente del progreso, donde formas de vida anquilosadas favorecen la violencia.
En efecto, la novela tiene mucho de retrato colectivo de una sociedad arcaica que permite o alienta bárbaros comportamientos. En un imaginario lugar cercano a Toledo es asesinada una joven, Clara, militante comunista y madre soltera de aparente vida ligera. Un joven cura y un monaguillo de diez años, enamorado de la hija de la víctima e hijo de un sospechoso, se afanan en descubrir al culpable. A lo largo de la investigación, sale a luz la cara oscura del lugar, viejas historias pasionales, caracteres dostoievskianos, corrupción moral, venganza irracional, maledicencia, vieja y nueva moral sexual o diferencias sociales. Todo ocurre en el mes de la agonía de Franco, se enmarca con noticias reales y se pauta sobre la evolución de la enfermedad del dictador y el desarrollo de la Marcha Verde instigada por Hassan II.
La minuciosidad de los datos ambientales (se copia incluso el testamento póstumo de Franco) lleva la novela al ámbito de las recreaciones históricas fidedignas con el propósito de mostrar la existencia peculiar de una época, y este esquema galdosiano se pone en paralelo con otro, de corte policiaco, las investigaciones del cura y el niño, remedo no sé si involuntario de una tipología literaria establecida. La materia noticiosa contribuye a fijar el perfil de un tiempo y se proyecta sobre el conjunto novelesco como documento de un fin de época donde conviven actitudes arcaicas y vientos de novedad, que no dejan de causar temor. El viejo cura fascista y el abuelo escéptico y tolerante encarnan, entre otros, las incertidumbres propias de un periodo de crisis.
Con los elementos y la técnica señalados, Vallvey hace una novela fuertemente argumental, atenta tanto a los determinantes ambientales y, por tanto colectivos, como a los caracteres psicológicos individuales. Se lee bien y mantiene la tensión propia de la intriga criminal, que se resuelve con destreza y lógica. En estas cualidades no se aprecia, sin embargo, ese algo distintivo, novedoso, de otras novelas suyas, y no faltan reparos que hacerle. Uno de ideación: la pareja de investigadores es poco verosímil; tal vez sea posible, pero no resulta creíble. Otro, de escritura: la prosa escueta, directa y simple, aunque intencionada y valiosa por su agilidad expositiva, linda con la pobreza.
La ciudad del diablo, siendo una novela correcta en general, no tiene el acierto ni la fuerza comunicativa que suele conseguir la autora. Al final de la historia vemos la argamasa que suelda las piezas: una explícita reserva acerca de la bondad humana. Y una polémica hipótesis acerca de un elemento determinante de la obra, la guerra civil: el cainismo forma parte del modo de ser español, nos gusta matarnos. Teniendo en cuenta la seriedad de sus preocupaciones existenciales y antropológicas, me inclino a considerar esta caída como un paréntesis en la trayectoria de Vallvey.