La reina sin espejo
Lorenzo Silva
8 diciembre, 2005 01:00Lorenzo Silva. Foto: Antonio Moreno
Desde que nuestras letras dieron carta de prestigio a la novela negra en los tiempos de la transición a la democracia, este género ha recorrido muchos caminos: de la parodia postmoderna al modo de Gonzalo Suárez y Mendoza, o la crónica barojiana de época a lo Montalbán, ha pasado a una variante del relato psicologista.
Lorenzo Silva lleva ya cuatro libros policíacos protagonizados por dos guardias civiles, el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro. En principio fue una idea acertada, que entrañaba no poco riesgo de parecer una ocurrencia, pero esa intuición le ha ido creciendo pienso que en su cabeza primero y luego, en consecuencia, en los libros. Así, tras media docena de casos resueltos en esas obras ha venido a dar en dos personajes de una plenitud absoluta, ricos en motivaciones personales, conflictivos sin exageraciones, densos y cálidos, al llegar a La reina sin espejo. Lo de plenitud vale, además, para la novela entera: por sus personajes (esos protagonistas y también otros guardias y varios seres más vinculados al crimen que se cuenta en esta ocasión), por la enjundia del argumento, por el ritmo de desarrollo de la anécdota, por la dosificación del suspense, por la congruencia en el esclarecimiento del delito y por el entorno de la acción. También, claro, por el estilo, elaborado sin perder naturalidad.
La anécdota de La reina sin espejo gira en torno al asesinato de una famosa periodista casada con un escritor consagrado. Este núcleo se decanta al fin hacia una trama de corrupción policial y de explotación sexual, pero antes se interna en algo inédito en Silva, si no recuerdo mal, una base especulativa de tipo culturalista. El título del libro alude a los nexos existentes entre la víctima del crimen y el sentido de la vida expuesto por Lewis Carroll en la continuación de la famosa Alicia en el país de las maravillas. Esto da pie a comentarios digresivos, casi miniensayos de exégesis literaria, que, aunque enriquezcan una trama delictiva, andan en el límite mismo del añadido forzado o excesivo. Eso hizo Eco en su popular novela, pero su trama y sus personajes lo exigían.
El caso de hoy se emplaza casi entero en Barcelona, y eso da pie a observaciones no poco interesantes sobre la complejidad de la transición policial catalana, planteadas aquí con olfato de narrador atento a las cosas del día que atraen a un lector común. Por otra parte, la intriga indispensable en una novela negra se mantiene como factor sustancial y tiene el peso que le corresponde, pero a la vez Bevilacqua tiende a independizarse de su trabajo al dar mucha importancia a la memoria de un pasado conflictivo.
El conjunto de los factores señalados da como resultado un libro excelente, un relato ameno sin perjuicio de las cuestiones psicológicas, existenciales o sociales que aborda. Permite el placer de disfrutar de una buena historia, asegura un entretenimiento que nunca dejará de ser sustancia de este género y muestra de forma vivaz algunas parcelas del comportamiento humano.