Concierto del No Mundo
A.G. Porta
19 enero, 2006 01:00A.G. Porta. Foto: Acantilado
Se tiene por algo fuera de duda que hoy sólo se publican puras novelas de consumo y que los premios sostienen con total descaro esa degradación literaria.Verdad será, pero no absoluta, como lo demuestra la obra ganadora del último Café Gijón, Concierto del No Mundo, editada Acantilado, que en sí mismo constituye una garantía de calidad.
La amenidad, la que no supone degradación, no tiene por qué estar reñida con el desarrollo de un punto de vista profundo sobre el mundo. Pero Porta no ha querido hacer concesiones aquí y se dirige a un tipo de destinatario restringido. Concierto del No Mundo parece pensada casi para lectores profesionales, para quienes se acercan a un libro como base para un ejercicio filosófico y estético. Porque esa doble meta persigue la novela. Por una parte, desarrollar narrativamente la idea de que ninguna realidad hay fuera de lo mental, donde anidan todos los paraísos. A eso se refiere la composición musical en marcha anunciada en el título, paralela de otro trabajo también en marcha, el texto que escribe el protagonista de la novela, autor de guiones de cine, encerrado 28 días en un hotel. Sólo la muerte pone broche al guión, y a los problemas que éste plantea, coincidentes con los que afronta una joven pianista, indecisa entre la interpretación y la escritura de una novela sobre el No Mundo.
El guionista y la adolescente intérprete que le visita mantienen una tensión dialéctica que apunta hacia una definición de la esencia de lo literario. La comunicación artística se concibe apoyándose en grandes maestros, sobre todo Shakespeare y Proust, a quienes se alude todo el rato sin mencionar su nombre, como una expresión cerrada, circular; un contenedor que sea la propia obra.
La misma novela de Porta pretende alcanzar esa quimera esencialista, pues consiste en el hacerse y deshacerse de la propia obra a los ojos del lector y acaba en el absoluto ensimismamiento de la circularidad, ya que empieza y termina con idénticas palabras. Porta desarrolla este ambicioso proyecto estético y existencial abordando diversas cuestiones (la identidad o la verdad de lo conocido por los sentidos) a través de una fábula muy abstracta. La realidad aparente no se concreta a propósito si pertenece a la experiencia o a la imaginación. Los lugares carecen de toponimia, aunque los envuelvan aires costumbristas. Tampoco ostentan nombre propio los personajes; ni se aclara de quién se trata en las referencias culturales, cuando tan poco costaría hacerlo en las mencionadas, en la alusión a Cervantes o en la huella de Wittgenstein, espina dorsal de la obra.
Este discurso duro de A.G. Porta revela un narrador fervorosamente enraizado en la novela hermética y simbolista y, coherente con esa fe, no se permite facilidades en su desesperanzada búsqueda de sentido del mundo. La estructura del libro -secuencias cortas escasas en acción que insisten en variantes de unos pocos motivos- está bien ideada para el fin buscado, pero, reconociendo ese acierto, el contenido resulta fatigoso. Ganaría este serio empeño de Porta con una buena poda de materiales. De todos modos, poco importa porque el lector que busca en la novela una aventura interesante pronto desertará de esta valiosa y original fábula de mundo.