Atrapa la vida
Nadine Gordimer
20 abril, 2006 02:00Nadine Gordimer. Foto: Carles Mercader
Cuando Nadine Gordimer recibía en 1991 el premio Nobel acreditaba ya casi cuarenta años de presencia en la literatura de expresión inglesa en su país, que hasta 1994 no daría los primeros pasos hacia la normalización democrática con las elecciones multirraciales que pusieron fin al "apartheid".
Por razones obvias, en esta novela el escenario político y social se ve sumamente aligerado en lo que se refiere a las injusticias contra las que Gordimer luchó. No faltan, por supuesto, referencias a lo que quedó como un mal recuerdo del "apartheid", pero el gran problema planteado ahora es de incumbencia universal: la destrucción del equilibrio de la naturaleza por parte de los poderes económicos y militares. Atrapa la vida, título que representa todo un canto optimista, concluye con la victoria de los ecologistas que se oponen a varios proyectos depredadores. Uno de esos militantes, Paul Bannerman, consigue además superar un cáncer y espera un hijo, mientras que su madre Lyndsay, la auténtica protagonista, rehace su vida sentimental y adopta una niña seropositiva que ha sido violada.
Leyendo esta última entrega de Gordimer es inevitable experimentar una sensación de déjà vu. Lynd-say es, así, otro de sus personajes femeninos dueños de su propio destino, dispuestos, incluso, a deshacerse de los hombres que, como afirmaba Vera en Nadie me acompañe, se convierten en tiranos por darles a sus mujeres todo el poder sobre ellos mismos. Precisamente el núcleo central de Atrapa la vida parece acomodarse al diseño o patrón de clepsidra que Forster percibía en el cambio de roles -de la virtud al pecado y viceversa- entre los protagonistas masculino y femenino de Thaïs, la novela de Anatole France. La aventura de Lyndsay con un colega europeo, descubierta y aceptada por su marido Adrian, tiene luego su correlato en el enamoramiento de éste hacia una joven noruega en cuyo lecho muere. Lyndsay asume esta situación sin grandes aspavientos cuando su carrera la aúpa hasta el Tribunal Constitucional de su país, pues se trata de una prestigiosa letrada como, por caso, la citada Vera Stara.
No esperen, pues, los lectores grandes novedades: lo que ahora se nos presenta no resulta sino de otra combinación de ingredientes ya conocidos por obras anteriores. El entorno social de los protagonistas, profesionales blancos de desahogada posición y talante liberal, es el mismo, por caso, de los Lingard de Un arma en casa. Mas por el largo camino transitado Gordimer parece haber perdido intensidad poética.